Benedicto XVI renuncia al Ministerio del Obispo de Roma

BENEDICTO XVI RENUNCIA AL MINISTERIO DEL OBISPO DE ROMA

DECLARACIONES Y COMENTARIOS[1]

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DECLARATIO

Queridísimos hermanos,

Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mí respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

Vaticano, 10 de febrero 2013.

BENEDICTUS PP XVI

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PALABRAS EN LA AUDIENCIA GENERAL DEL 13 DE FEBRERO

Queridos hermanos y hermanas

Como sabéis –gracias por vuestra simpatía–, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me ha confiado el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero consciente al mismo tiempo de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que éste requiere. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla. Agradezco a todos el amor y la plegaria con que me habéis acompañado. Gracias. En estos días nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, vuestra oración. Seguid rezando por mí, por la Iglesia, por el próximo Papa. El Señor nos guiará.

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DE LA HOMILÍA DEL MIÉRCOLES DE CENIZA

¡Venerados hermanos, queridos hermanos y hermanas!:

Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se desgrana a lo largo de cuarenta días y nos conduce a la alegría de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte. Siguiendo la antiquísima tradición romana de las estaciones cuaresmales, nos hemos reunido para la Celebración de la Eucaristía. Tal tradición prevé que la primera estación tenga lugar en la Basílica de Santa Sabina sobre la colina del Aventino. Las circunstancias han sugerido reunirse en la Basílica Vaticana. Esta tarde somos numerosos en torno a la Tumba del Apóstol Pedro también para pedir su intercesión para el camino de la Iglesia en este particular momento, renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo Señor. Para mí es una ocasión propicia para dar las gracias a todos, especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma, mientas me dispongo a concluir el ministerio petrino, y para pedir un especial recuerdo en la oración.

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CON EL CLERO DE ROMA EN EL AULA PABLO VI EL 14 DE FEBRERO

Benedicto XVI ha sido acogido con las notas del himno “Tu es Petrus”. “Gracias a todos por vuestro afecto, por vuestro amor por la Iglesia y por el Papa: ¡gracias!”, ha dicho antes de escuchar el saludo del cardenal Vallini.

“Para mí es un don particular de la Providencia -ha continuado- que, antes de dejar el ministerio petrino, pueda ver otra vez a mi clero, al clero de Roma. Es siempre una gran alegría ver como la Iglesia vive, como está viva en Roma: hay pastores que en el espíritu del Pastor supremo guían la grey del Señor. Es un clero realmente católico, es decir, universal y este hecho responde a la esencia misma de la Iglesia en Roma: llevar la universalidad, la catolicidad de todas las gentes, de todas las razas, de todas las culturas”.

“Hoy habéis confesado el Credo ante la tumba de San Pedro: en el Año de la Fe me parece un gesto muy oportuno y quizás necesario que el clero de Roma se reúna alrededor de la tumba del apóstol al que el Señor dijo :”Te confío mi Iglesia. Sobre tí edificaré mi Iglesia”. Ante el Señor, junto con Pedro habéis confesado: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Así crece la Iglesia: junto con Pedro, confesar a Cristo, seguir a Cristo. Es lo que hacemos siempre. Os agradezco mucho vuestras oraciones que he sentido -como dije el miércoles- casi físicamente. Aunque ahora me retire, estaré siempre cerca de todos vosotros con la plegaria y estoy también seguro de que todos vosotros estaréis cerca de mí, aunque permanezca oculto para el mundo”.

A continuación el Papa habló con los presentes en el Aula Pablo VI de su experiencia personal en el Concilio Vaticano II, como los sacerdotes habían solicitado.

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Humildad y amor a la Iglesia

CARDENAL JULIÁN HERRANZ

15 febrero 2013

El Mundo

Reconocer humildemente esos límites humanos ante la opinión pública mundial es un gesto de amor a la verdad, a la verdad sobre sí mismo, algo que no es fácil; sólo hay que ver el apego a los cargos y la alta estima de sí mismos que tienen muchas personas

 El cardenal Julián Herranz conoce como nadie los entresijos del Vaticano y de la Curia, el aparato administrativo de la Santa Sede. Al fin y al cabo este experto en Derecho Canónico lleva toda la vida en el Vaticano, donde entre otras muchas cosas ha sido presidente del Pontificio Consejo de Textos Legislativos y de la Comisión Disciplinaria de la Curia Romana.

El pasado lunes, como purpurado que es, estaba en el consistorio en el que Benedicto XVI anunció su decisión de dimitir.

¿Le sorprendió el anunció del Papa?

Sí, me sorprendió. Me sorprendió por la radical novedad de su decisión, que verdaderamente no tiene ningún precedente en la historia de la Iglesia. Se habla por ejemplo de la renuncia de Celestino V, pero fue distinto: era un anacoreta al que los cardenales decidieron nombrar Papa, pero que no tenía las condiciones humanas necesarias para ser Pontífice ni tenía conocimiento de la curia ni de las labores de Gobierno… Y no hay más precedentes históricos de una renuncia al Pontificado en perfectas condiciones mentales. Por todo eso me sorprendió. Pero, en cambio, no me sorprendió por la persona.

¿Quiere decir que le parece un gesto de coherencia intelectual?

El de Benedicto XVI es un acto que ha puesto de manifiesto dos grandes virtudes que yo siempre he admirado en él: la humildad y el amor a la Iglesia. Benedicto XVI es un Papa humilde, sencillo, profundamente inteligente que ha dado a conocer el Evangelio con gran profundidad teológica pero también con gran sensibilidad. El gesto del Papa me parece de una humildad heroica. Santa Teresa decía que la humildad era la verdad, y Benedicto XVI ha dicho muy claramente que por su avanzada edad no tiene fuerzas para ocuparse adecuadamente de ser pastor de la Iglesia universal y que su vigor en los últimos meses ha disminuido. Reconocer humildemente esos límites humanos ante la opinión pública mundial es un gesto de amor a la verdad, a la verdad sobre sí mismo, algo que no es fácil. Sólo hay que ver el apego a los cargos y la alta estima de sí mismos que tienen muchas personas.

¿En qué medida la dimisión de Benedicto XVI denota amor por la Iglesia?

El Papa ha hecho este gesto, y lo ha dicho claramente, porque no tiene el vigor suficiente para gobernar la barca de Pedro, para ser pastor de la Iglesia universal. La Iglesia, como ha dicho el propio Benedicto XVI, está en un mundo en plena transformación, sacudido por cuestiones de mucha importancia para la fe, y el Papa siente que ya no tiene el pulso firme para llevar el timón.

Hay quien considera que, con su anuncio de dimisión, el Papa también ha querido transmitir un mensaje a la curia, que como todos sabemos en los últimos meses se ha visto convulsionada por guerras internas y escándalos varios…

Yo creo que se ha exagerado la dimensión escandalosa que se ha dado sobre la Curia, una imagen que no corresponde a la verdad. En todas las familias siempre hay una oveja negra, pero lo que hay sobre todo en la curia son personas que trabajan con espíritu de sacrificio y una gran rectitud de intención. No creo que sea por eso por lo que el Papa ha decidido dar ese paso. Comprendo que se puedan hacer hipótesis, cábalas, me parece razonable. Pero viendo la situación desde dentro como la veo yo, habiendo compartido con el Papa encuentros de trabajo hasta hace sólo unos días, no me parece que sea ésa la razón.

Usted ha dirigido el equipo de tres cardenales que ha investigado el escándalo VatiLeaks. ¿Hasta qué punto cree que ese escándalo o el de la pederastia han podido influir en la decisión de Benedicto XVI?

Ésos son problemas que el Papa ha afrontado con gran decisión teológica y jurídica, como otros muchos. Insisto que afectan a una mínima parte de los ministros sagrados.

¿La Iglesia no volverá a ser la misma después de la dimisión de Benedicto XVI?

El gesto del Papa resulta muy novedoso comparado con 2.000 años de Historia de la Iglesia. Pero quizás en el futuro no lo sea tanto, gracias al ejemplo de humildad y de amor a la Iglesia que ha dado Benedicto XVI. La vida de los hombres cada vez se alarga más, pero eso no quiere decir que la vida física y mental de las personas se alargue igualmente, hay un empobrecimiento, una depauperación del organismo. Entra dentro de la lógica humana, y también del amor a la Iglesia, el que en un determinado momento se tenga la humildad de reconocer que uno no puede más y de retirarse, como Benedicto XVI ha hecho.

¿Cree que en ese sentido la larga agonía de Juan Pablo II puede haber influido en la decisión que ahora ha tomado Benedicto XVI?

Es posible. Pero yo no quiero entrar en la conciencia del Papa, no me lo permitiría nunca ni creo que sea legítimo. Yo no puedo dar más razones para explicar su decisión que las que él mismo ha dado.

En breve, un nuevo Papa convivirá en el Vaticano con un ex Papa. ¿Cómo cree que articulará esa relación? ¿No será muy difícil para el nuevo Pontífice?

No, no creo que sea difícil. Benedicto XVI es un hombre de una delicadeza humana y espiritual enormes, jamás se le ocurriría intervenir en lo que es competencia de otro, le repugnaría. No creo que en ese sentido vaya a haber ningún problema. Lo que no quita para que el nuevo Papa, en algún momento o en alguna ocasión, no vaya a pedir el consejo de Benedicto XVI.

¿Qué características debe de reunir el nuevo Papa? A la vista de lo que ha ocurrido con Ratzinger, ¿debería ser alguien joven, vigoroso?

Lo importante es que el nuevo Papa siga la línea de los padres de la Iglesia que ha seguido Benedicto XVI. Los padres de la Iglesia hicieron dos cosas fundamentales: conocer y amar a Cristo y enseñar a los primeros cristianos a vivir con entereza las exigencias de su bautismo en medio de una sociedad pagana. Las circunstancias del mundo actual no son muy distintas, y Benedicto XVI ha encarnado muy bien esas dos dimensiones del buen pastor: dar a conocer a Cristo (ha escrito tres libros dedicados a Jesús de Nazaret recortando tiempos a sus otras obligaciones) y está enseñando a los cristianos a vivir responsablemente en el ambiente de una sociedad neopagana como es la del llamado primer mundo. Creo que su sucesor tendrá que seguir en esa línea. Lo demás, si es italiano o no europeo, joven o más mayor, buen comunicador, es secundario.

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 ‘En mi corazón ya he canonizado a Benedicto XVI’

CARDENAL JULIÁN HERRANZ

16 febrero 2013.

ABC (Entrevista de Juan Vicente Boo)

La opinión de los fieles: «Deben ver la renuncia como un ejemplo de humildad profunda de un hombre que ama sobre todo a Cristo»

Comparaciones: «Los de Juan Pablo II y Benedicto XVI son dos comportamientos heroicos en momentos distintos»

 El cardenal Julián Herranz (Baena, 1930) ha servido en el Vaticano desde 1960 a cinco Papas, todos ellos en proceso de canonización. Como presidente del Pontificio Consejo de Textos Legislativos, una especie de Tribunal Constitucional, el cardenal andaluz fue el máximo jurista con los dos últimos Papas. Discípulo de doctor Jiménez Díaz y médico psiquiatra, Julián Herranz descubrió un fuerte interés por el Derecho Canónico y una vocación sacerdotal. Su último servicio a Benedicto XVI fue presidir la comisión cardenalicia investigadora del ‘Vatileaks’. Con eficacia y éxito plenos.

Eminencia, usted estaba el lunes en la reunión de cardenales cuando el Papa les comunicó inesperadamente su renuncia. ¿Qué sintió?

Primero tuve la reacción del jurista y luego la del cardenal. Para un canonista fue una sorpresa, primero por la precisión jurídica con que estaba actuando. Pero, sobre todo, porque un hecho de este tipo no tiene ningún precedente en la historia de la Iglesia.

Pero en 1294 Celestino V…

No se puede comparar con la renuncia de Celestino V hace siete siglos, pues son personas y situaciones muy distintas. Me quedó la sensación de haber sido testigo de un hecho único en dos mil años de historia de la Iglesia, perfectamente meditado en todas las dimensiones, tanto teológicas como jurídicas.

¿Y qué pensó como cardenal?

Como cardenal, como sacerdote y como fiel, tuve una sensación de tristeza, de que se me va una persona con la que he trabajado tantos años y que admiro profundamente. Al mismo tiempo, tuve una sensación como de gozo interior, de encontrarme ante un hecho que revela gran santidad.

¿Por qué motivo?

Porque era un gesto de humildad heroica y de amor a la Iglesia, y por lo tanto a Cristo. Un gesto que corresponde perfectamente al alma de un santo. Es un tipo de humildad que hoy no estamos acostumbrados a ver, especialmente en la vida civil, pues tantas personas se apegan a su sillón, al puesto de mando…

¿Cómo deberían ver la renuncia los fieles de a pie?

Desde el punto de vista espiritual, considerar el ejemplo de humildad profunda de este hombre, que ama sobre todo a Cristo y a la Iglesia. Y desde el punto de vista humano pueden considerarla como una cosa lógica. Hace un siglo era inconcebible. Ahora no, pues se ha prolongado mucho la esperanza de vida sin que –y esto lo digo como médico− se mantengan del mismo modo la capacidad orgánica y mental de las personas.

Algunos fieles objetan que se pierde un poco el sentido de la sacralidad del Papado.

Yo creo que eso no es verdad. El Papa es el Vicario de Cristo, que era perfecto Dios, pero también perfecto hombre: que llora con una viuda a la que se ha muerto un hijo, o llora por la muerte de un amigo. Esta perfecta humanidad se refleja en la humanidad de su vicario.

A otros les preocupa que Benedicto XVI actúe de forma contraria a Juan Pablo II, que prefirió no renunciar.

Veo diferencia, pero no oposición, entre el actuar de los dos Papas. En conciencia, delante de Dios, Juan Pablo II consideró que debía continuar. Y en conciencia, también delante de Dios, Benedicto XVI ha pensado que por amor a la Iglesia debía hacer este gesto igualmente heroico e igualmente santo. Son dos formas distintas de comportamiento heroico en momentos distintos de historia de la Iglesia. Y personalmente considero que lo que ha hecho Benedicto XVI no es en absoluto bajarse de la Cruz.

¿Sería preferible establecer la renuncia de los Papas a los 80 años, la edad en que cesan los cardenales?

No creo que se deba fijar un límite de edad a los Papas. Se trata de una elección «ad vitam», «de por vida». Pero tampoco hay que convertirla en una condena a llevar ese peso «de por vida».

A partir del 1 de marzo comenzarán las “reuniones generales” de cardenales de todo el mundo. ¿Cómo van a trabajar?

En la primera parte de las ”congregaciones generales”, a las que asisten todos los cardenales, incluidos los de más de 80 años, se comienza por abordar cuestiones de tipo práctico y logístico. Después viene el examen de la situación de la Iglesia en el mundo. Se reciben estudios sobre la situación en cada continente, y también informes por temas, cuestiones positivas o negativas en el panorama de la evangelización en el mundo. Luego se discuten posibles soluciones a un problema y a otro… De ese modo, al definir las tareas, se ayuda a pensar cómo tendría que ser, el ’identikit’, el retrato robot de la persona más apta para afrontar esas cuestiones.

¿Confía en que el Cónclave elija bien?

Afortunadamente el Espíritu Santo está asistiendo a los cardenales, y esto se ve. Los últimos seis Papas han sido personas de una categoría extraordinaria, tanto humana como sobrenatural. Juan XXIII y Juan Pablo II están ya en los altares como beatos. Y se han abierto los procesos de canonización de Pio XII, Pablo VI y Juan Pablo I. Y si yo le digo en voz bajita, en privado, que yo en mi corazón ya he canonizado a Benedicto XVI, escríbalo.

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CARTA DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO AL PAPA

México, D.F., 12 de febrero del 2013

Su Santidad Benedicto XVI

Beatísimo Padre:

Con estupor, pero también con espíritu de fe, los Obispos de México y los fieles que peregrinan en esta noble nación, hemos recibido la noticia de que Su Santidad, después de haber examinado reiteradamente ante Dios su conciencia, ha decidido renunciar, con plena libertad, al ministerio de Obispo de Roma, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

La Conferencia del Episcopado Mexicano agradece a Dios, rico en misericordia, el luminoso pontificado de Su Santidad, y expresa a usted, Santo Padre, su gratitud por haberse propuesto, como programa de gobierno, escuchar la palabra y la voluntad del Señor, y recordarnos que la Iglesia ha de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios (cfr. Homilía en la Inauguración solemne del Pontificado, 24 de abril de 2005).

Gracias, Santidad, por testimoniar que Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 4, 16); que es en la cruz donde se debe definir qué es el amor, y que la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega (cfr. Deus Caritas est, nn. 1, 12,14). Gracias por recordarnos que la esperanza es distintivo de los cristianos; que llegar a conocer a Dios es lo que significa recibir esperanza (cfr. Spe salvi, nn. 1,3). Gracias por ayudarnos a tomar conciencia que, siendo destinatarios del amor divino debemos convertirnos en instrumentos de su caridad, asumiendo solidariamente nuestras responsabilidades para favorecer un desarrollo integral, del que nadie quede excluido (cfr. Caritas in veritate, nn. 5 y 10).

Gracias Santo Padre por enseñarnos que quien conoce la Palabra divina conoce plenamente el sentido de cada criatura y es capaz de edificar la propia vida, entablando relaciones animadas por la rectitud y la justicia, empeñándose en la nueva evangelización (cfr. Verbum Domini, n. 6, 100 y 122). Gracias por hacernos ver que en la Santísima Eucaristía, Jesucristo viene a nuestro encuentro; nos acompaña y nos enseña la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios, que nos impulsa a transformar las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad humana (cfr. Sacramentum Caritatis, nn. 1,2, 72 y 89).

Gracias Santidad por servir fiel y generosamente a la Iglesia y al mundo con obras, palabras, oración y sufrimiento. México siempre guardará el recuerdo de su amorosa solicitud, manifestada en su inolvidable Visita Pastoral, en la que nos animó a no dejarnos amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valientes y trabajar para que la savia de nuestras raíces cristianas haga florecer nuestro presente y nuestro futuro, y así, mediante un esfuerzo solidario, renovar a la sociedad desde sus fundamentos para alcanzar una vida digna, justa y en paz para todos (cfr. Discurso de despedida, aeropuerto de León, 26 de marzo de 2012).

Sepa usted, Santo Padre, que nuestra gratitud se expresará de forma concreta, orando por usted para que Dios recompense su incondicional entrega, y procurando hacer vida las enseñanzas que por su medio nos ha dado, las cuales nos impulsan, particularmente en este Año de la Fe, a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo, y a la fidelidad a su Iglesia (cfr. Porta Fide, n. 6.).

Que Santa María de Guadalupe le acompañe en esta nueva etapa de su vida, e interceda por toda la Iglesia para que el Señor le conceda un Sucesor de Pedro según su santa voluntad.

Por los Obispos de México.

+ José Francisco, Card. Robles Ortega

Arzobispo de Guadalajara

Presidente de la CEM

+ Eugenio Andrés Lira Rugarcía

Obispo Auxiliar de Puebla

Secretario General de la CEM

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Benedicto XVI: un testimonio ejemplar

CARLOS AGUIAR RETES

Arzobispo de Tlalnepantla

Presidente del CELAM

Tlalnepantla – México, febrero 12 de 2013.

La importante y sorprendente decisión de S.S. Benedicto XVI, de renunciar a su Ministerio como Sucesor de Pedro, y por tanto, como Cabeza visible de la Iglesia Católica, refleja la personalidad el Papa Benedicto XVI como un hombre de fe, que tiene una gran confianza en la presencia del Espíritu Santo que conduce la Iglesia, conforme la promesa de Jesucristo a sus Apóstoles, y permite también que descubramos su profundo amor a la Iglesia.

El Papa ha explicado claramente que su decisión la ha discernido en oración y teniendo en cuenta las exigencias del Ministerio Petrino, y al mismo tiempo con gran realismo, consciente de la constante disminución de sus fuerzas físicas debida a su avanzada edad, y al natural y comprensible desgaste que implica su cotidiana tarea como Papa.

Veo al Papa Benedicto XVI en esta decisión: a un hombre de fe, de amor a la Iglesia, valiente, firme, decidido, que corre los riesgos de interpretaciones erróneas y quizá incomprendidas, incluso por los mismos fieles. Sin embargo hacer uso de un derecho que ningún Papa en casi seis siglos había ejercitado es una gran lección espiritual y eclesial para todos los creyentes y especialmente para tantos que nos sentimos indispensables en las funciones y tareas que recibimos en el nombre de Dios, Nuestro Padre.

Es muy loable reconocer y agradecer que a lo largo de su fructífero Pontificado, el Papa mostró: cómo se deben afrontar los problemas de la Iglesia a través del diálogo constructivo y permanente con todas las corrientes del pensamiento, con todas las naciones, con todas las Iglesias y confesiones religiosas.

A casi un año de su visita a México, queda el recuerdo que dirigió a los infantes: “Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos; cuentan con la ayuda de Cristo y de su Iglesia”, y el ánimo que generó en todos los mexicanos, insistiendo que el mal no puede tanto, y que siempre la victoria del bien está garantizada en el proyecto salvífico de Jesucristo, consumado en la cruz y en la resurrección.

Su exquisita y delicada bondad la llevaremos en nuestros corazones, confiando que Dios Nuestro Señor lo acompañara en esta etapa final de su vida, dedicada al silencio, la meditación y la oración.

Hoy, el Papa Benedicto XVI lanza a la feligresía católica y a los hombres de buena voluntad un claro ejemplo de fortaleza y dignidad, de honestidad y clarividencia, al asumir la decisión de su retiro. Por ello, ha señalado al final de su anuncio que orará y pedirá a Jesucristo, Nuestro Señor y a la Virgen María, Madre de la Iglesia su intervención para que los Cardenales electores elijan a quien pueda afrontar, de la mejor manera, los grandes desafíos del tiempo actual y conducir a la Iglesia Católica con la sabiduría del Espíritu conforme a la Voluntad de Dios, Nuestro Padre.

La Iglesia Católica, con esta decisión del Papa Benedicto XVI se fortalecerá en la Fe, en la Esperanza y la infinita confianza del Amor de Dios.

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CARDENAL NORBERTO RIVERA CARRERA

Arzobispo Primado de México

México, D.F., Febrero 12 del 2013.

Querido Santo Padre Benedicto XVI:

El anuncio que hizo de la dimisión a su ministerio petrino durante la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, dentro del consistorio donde a los mexicanos nos dio la alegre noticia de la fecha de elevación a los altares de la madre Guadalupe García, nos llenó de estupor, de tristeza, y nos dejó un sentimiento de orfandad, de desamparo.

Usted nos ha dicho un adiós sereno, pero marcado por el sufrimiento de quien durante casi ocho años ha llevado sobre sus hombros la enorme responsabilidad de apacentar el rebaño del Señor, de conducir en medio de las borrascas y los presagios más negros, la barca de la Iglesia universal, a la que supo guiar, con firmeza y mansedumbre a buen puerto. Así es Santidad, deja a la Iglesia de Jesucristo en paz, después de sortear tempestades, incomprensiones y hasta traiciones, pero usted, pese a la furia del mal, siempre permaneció incólume en la fe, siempre actuó guiado por la caridad, y cumplió el mandato que el Señor le dio, de confirmar a sus hermanos en la fe.

También nos ha dicho que ya no tiene las fuerzas físicas para continuar ejerciendo el ministerio petrino, pero sí la voluntad para que, una vez dejado el gobierno de la Iglesia, abrace la cruz del Señor desde una vida retirada en la oración ferviente y el sufrimiento silencioso pero fecundo. Al fin, Santo Padre, tendrá ese espacio añorado para rezar, para meditar y escribir, para entrar en el sosiego que da sabernos amados por el Señor, y en el que experimentará la alegría de saberse suyo, pues toda su vida, su inteligencia y voluntad, la ha puesto al servicio de Cristo y de su Santa Iglesia.

Gracias, Santo Padre, por estos ocho años de fecundo servicio pastoral; por su valentía al proclamar la Verdad de Jesucristo; por su magnífico y brillante magisterio; por su testimonio de amor a la humanidad; por la sencillez y la humildad que lo han llevado a tomar la valiente decisión de dejar la guía de la Iglesia, confiando en que el Señor sabrá proveer un Pastor bueno como usted, sencillo y humilde como usted, que sabrá llevarnos a nuevas praderas.

Como Arzobispo de México, en unión con mis obispos auxiliares, presbíteros, religiosos y religiosas, y el pueblo de Dios, queremos manifestarle en este día santo, en el que da inicio la Cuaresma, nuestra más profunda admiración y gratitud. Puede tener la certeza de que no lo olvidaremos, de que lo sostendremos en sus débiles fuerzas por la oración, unida a su soledad y sufrimiento; y usted sabe, Santo Padre, que nuestra palabra es sincera, como sincero fue el amor del pueblo mexicano que se volcó lleno de alegría a recibirlo en la visita que hizo a nuestro país; este México atribulado por la violencia, la discordia y el dolor de tantas víctimas inocentes, recibió de usted la esperanza y el consuelo que hoy nos animan a seguir adelante.

Quisiéramos decirle, Santo Padre, que no se vaya, pero vienen a nuestra mente las palabras que el Señor le dijo a Pedro: “Te aseguro que cuando eras más joven tú mismo te ceñías e ibas a donde querías, pero cuando seas anciano extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te llevará a donde no quieras ir (cfr Jn 21,18)”… y entonces le dejamos partir, pues en su decisión, largamente meditada, sabe que se encuentra la voluntad de Dios, y toda su vida ha estado atento a Su voz; y ha encontrado la felicidad en la obediencia a Su voluntad.

Imploramos a María Santísima de Guadalupe para que lo llene de su dulzura y consuelo, para que sepa que está en su regazo, que nada más ha de desear y que no tiene por qué temer. ¡Gracias! ¡Una y mil veces más, gracias! Que el Señor mismo sea su recompensa y, llegado el feliz momento del retorno a la Casa del Padre, reciba el premio a todas sus fatigas y desvelos, y sean así colmados todos sus anhelos.

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MONS. JAVIER ECHEVARRÍA, PRELADO DEL OPUS DEI

11 de febrero de 2013

La Iglesia siente hoy una especial necesidad de agradecer a Benedicto XVIsu rico y fecundo Magisterio, y también su ejemplo humilde y generoso de servicio a la Iglesia y al mundo.

En este momento singular de la historia de la Iglesia, los fieles de la Prelatura –sacerdotes y laicos- rezamos por la Persona y por las intenciones de Benedicto XVI; y, unidos al Papa y a toda la Iglesia, pedimos al Espíritu Santo que derrame su gracia en abundancia sobre el pueblo de Dios y sus Pastores.

Junto a Benedicto XVI invocamos especialmente la ayuda del Paráclito para el futuro Romano Pontífice.

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“También Pablo VI y Juan Pablo II se plantearon renunciar”

JOAQUÍN NAVARRO-VALLS: “Ha sido una decisión fortísima, histórica”

El ex portavoz vaticano niega que la marcha de Ratzinger esté relacionada con los escándalos

12 de febrero de 2013

Juan Pablo II, incluso cuando aparecía extenuado, seguía tomando todas las decisiones. Decidía los nombramientos. Tenía la fuerza de ejercer su Pontificado, cosa que ya no tiene Joseph Ratzinger porque es él mismo quien lo admite

El exportavoz de la Santa Sede Joaquín Navarro-Valls califica de “muy valiente y muy espiritual” la renuncia del papa Benedicto XVI al pontificado, al faltarle las fuerzas para seguir al frente de la Iglesia católica.

En una entrevista que publica hoy el diario italiano “La Stampa”, el español Navarro-Valls, quien fue portavoz vaticano durante 22 años, descarta que la renuncia de Benedicto XVI sea fruto de los escándalos que han salpicado al Vaticano en su pontificado y evita cualquier comparación con la decisión de Juan Pablo II de ser papa hasta su muerte en 2005, a pesar de su deteriorada salud.

“También Pablo VI por razones de edad y Juan Pablo II por motivos de edad y salud se plantearon el problema de renunciar si no se hubieran encontrado en disposición de continuar con su misión. Ambos, sin embargo, habían dejado escrito que la tarea de establecer el impedimento le correspondía a la totalidad de los cardenales”, afirma el exportavoz de la Santa Sede.

Por el contrario, añade, “Benedicto XVI, como teólogo y profundo conocedor de las leyes eclesiales, se ha atribuido a él mismo la tarea de decidir. Ha anunciado él mismo de modo lacónico, casi común, una decisión fortísima, histórica. Una decisión muy valiente y muy espiritual”.

Navarro-Valls recuerda que el hecho de que en los últimos siglos ningún papa haya renunciado al Pontificado es solo un dato histórico y no jurídico, pues las leyes de la Iglesia permiten esta posibilidad.

“Un canon del código de derecho canónico está expresamente dedicado a la renuncia al Pontificado. No tiene que confundirse la costumbre con la ley. Por supuesto que ahora es evidente la novedad de la situación, al menos en los tiempos modernos”, afirma quien fuera portavoz de Juan Pablo II.

“Creo que la decisión del papa Ratzinger no la ha tomado por los escándalos o por las contraposiciones en la Iglesia universal, sino más bien por un propósito madurado a través de su juicio. La falta de cohesión de la Iglesia no ha tenido ningún peso en la decisión de la renuncia, porque tenemos que considerar que ha sido el propio Ratzinger quien ha afrontado y resuelto los escándalos”, agrega.

Navarro-Valls recuerda que en la última fase del Pontificado de Juan Pablo II, quien falleció en 2005, notaba las cada vez mayores “dificultades físicas” del papa polaco, pero asegura que el entonces pontífice estuvo “hasta el último momento en disposición de tomar decisiones, gobernar la Iglesia y nombrar obispos”.

“Las tareas específicas de un papa nunca las dejó de desempeñar y la incapacidad física de Karol Wojtyla no la sentía como un impedimento para seguir en su ministerio. No es justo hacer comparaciones entre pontífices, cada uno tiene su personalidad y asume de modo autónomo sus propias decisiones. Me remito con confianza a las motivaciones presentadas por Benedicto XVI”, dice.

“No tengo dudas de que nadie mejor que él sepa interpretar como gran teólogo la esencia de la Iglesia y su derecho (…) Juan Pablo II, incluso cuando aparecía extenuado, seguía tomando todas las decisiones. Decidía los nombramientos. Tenía la fuerza de ejercer su Pontificado, cosa que ya no tiene Joseph Ratzinger porque es él mismo quien lo admite”, apunta.

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Juan Pablo II y Benedicto XVI ante la renuncia

REFORMA

FRANCISCO UGARTE CORCUERA

El autor es Doctor en Filosofía y Vicario del Opus Dei para México.

14 Feb. 13

Mucha gente se ha preguntado por qué Juan Pablo II no renunció, cuando su salud estaba tan deteriorada, y, en cambio, Benedicto XVI lo hace, cuando no ha llegado a una situación tan extrema como la de su predecesor. Pueden darse, entre otras, tres respuestas a esta pregunta, que dependen, asimismo, de tres enfoques diferentes.

En primer lugar, quienes acostumbran juzgar los acontecimientos negativamente -porque así se llama más la atención de la opinión pública, o porque ese enfoque responde a un estado interior negativo y amargo proyectado en esa dirección-, afirmarán que Juan Pablo II no fue capaz de desprenderse del cargo por afán de poder, y que a Benedicto XVI le faltó valentía para continuar con la carga que pesaba sobre sus hombros.

En segundo lugar, se presenta el enfoque maniqueo, que todo lo percibe en términos disyuntivos (bueno o malo, blanco o negro), y que no admite que situaciones análogas puedan encerrar soluciones diferentes pero positivas. En este caso, si Juan Pablo II actuó bien al no renunciar, entonces Benedicto XVI procedió incorrectamente al hacerlo; o viceversa.

Cabe, en tercer lugar, el enfoque positivo, propio de quien tiene la capacidad de descubrir los elementos favorables que pueden presentarse aun en situaciones aparentemente contrarias. Esta mentalidad -que no implica cerrar los ojos a la realidad-, responde a la capacidad de ser optimista, facultad indispensable para construir cualquier proyecto valioso. Ciertamente esto no está de moda y, dicho sea de paso, es probable que sea una de las razones culturales que dificultan el crecimiento integral de nuestro país. Pero volviendo a la pregunta planteada, esta tercera respuesta la encontramos en unas frases expresadas por el propio Benedicto XVI en la declaración de su renuncia.

“Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también, y en no menor grado, sufriendo y rezando”. Evidentemente esta afirmación no se entiende con criterios sociológicos y estadísticos, con los que se miden las realidades materiales y cuantificables. La iglesia es, ante todo, una realidad espiritual, fundada por Jesucristo para promover la santidad de los hombres, es decir, su unión con Dios y su amor al prójimo; lo cual pertenece al orden cualitativo no medible numéricamente, cuyos frutos dependen de factores espirituales, como son el sufrimiento y la oración. Desde esta perspectiva se entiende que Juan Pablo II haya optado por vivir los últimos tiempos de su pontificado abrazado a la cruz, es decir, sufriendo y rezando, porque consideró que de esa manera conseguía los frutos espirituales que correspondían a su ministerio.

Por otra parte, Benedicto XVI, consciente de que la iglesia es también una realidad que cuenta con factores humanos y organizativos, añadió en su intervención: “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”. Y con este argumento, apoyado en el derecho de la iglesia que prevé la posibilidad de la renuncia, si el Romano Pontífice lo decide libremente, Benedicto XVI declaró, ante la disminución de su vigor en los últimos meses: “he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.

Paradójicamente, en los dos casos, con soluciones opuestas, se descubre una coincidencia llamativa en función de dos virtudes: la humildad y la fortaleza. Juan Pablo II fue humilde al dejar en manos de Dios el fruto de su ministerio en su etapa final, apostando al valor del sufrimiento y de la oración. No le importó proyectar una imagen de ancianidad y decrepitud, contrapuesta a quien había brillado, precisamente, por su imagen atractiva de juventud, deportividad y buena presencia. Y nos proporcionó una lección admirable de lo que es sufrir con gallardía las enfermedades y el peso de la cruz, para servir de esa manera a la iglesia y a la humanidad.

Benedicto XVI, por su parte, ha tenido la fortaleza -que es valentía- para asumir una decisión difícil, que ponderó detenidamente delante de Dios, y la supo ejecutar en el momento que le pareció oportuno (por contraste con la tendencia, tan común hoy en día, de querer retener el poder a toda costa). Esta decisión incluye también una fuerte dosis de humildad, al reconocer y aceptar las propias limitaciones, con el convencimiento de que existen otros que tendrán el vigor que a él le falta, para conducir la barca de Pedro.

Ciertamente el acontecimiento se puede juzgar desde diversas perspectivas. Pero también parece claro que el enfoque positivo suele iluminar más la realidad y ser más constructivo. En este caso, hay motivos para adoptarlo.

Correo electrónico: fugartec@gmail.com

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Quién recogerá las llaves de Pedro

SANDRO MAGISTER

La renuncia de Benedicto XVI. Sus últimos actos. El inminente cónclave y los candidatos a la sucesión. Las novedades y las incógnitas de una decisión sin precedentes en la historia

ROMA, 14 de febrero de 2013

La tarde de un jueves corriente de Cuaresma, a las 20 horas del 28 de febrero, Joseph Ratzinger dará, pues, ese paso que ninguno de sus predecesores había osado realizar. Depondrá en la cátedra de Pedro las llaves del reino de los cielos que otro estará llamado a recoger.

Este gesto tiene la fuerza de una revolución que no tiene igual ni siquiera en siglos lejanos. A partir de aquí la Iglesia entra en terreno desconocido. Deberá elegir un nuevo Papa mientras el predecesor está aún en vida y sus palabras todavía resuenan, sus dictámenes aún valen y su agenda espera ser llevada a cabo.

Esos cardenales que la mañana del lunes 11 de febrero habían sido convocados en la sala del consistorio para la canonización de los ochocientos cristianos de Otranto martirizados por los turcos hace seis siglos se quedaron atónitos cuando oyeron a Benedicto XVI, al término de la ceremonia, anunciar en latín su renuncia al pontificado.

Les tocará a ellos, a mediados de la Cuaresma, elegir el sucesor. El domingo de Ramos, el 24 de marzo, el nuevo elegido celebrará su primera misa en la plaza de San Pedro, en el día de la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un asno, aclamado como el “bendito que viene en el nombre del Señor”.

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Los cardenales que a mediados de marzo se encerrarán en conclave son 117, el mismo número de los que hace ocho años eligieron al Papa Joseph Ratzinger en el cuarto escrutinio con más de dos tercios de los votos, en una de las elecciones más fulmíneas y menos contrastadas de la historia.

Sin embargo, todo será distinto esta vez. El anuncio de la dimisión ha sorprendido como el ladrón en la noche, sin que un largo ocaso del pontificado, como había sucedido con Juan Pablo II, les hubiera permitido llegar al cónclave con las opciones ya suficientemente analizadas.

En 2005, la candidatura de Ratzinger no surgió repentinamente: ya se había madurado al menos un par de años antes, y todas las candidaturas alternativas habían fracasado una tras otra. Hoy seguramente no será así. Y a la dificultad de individuar los candidatos se suma lo inédito de un Papa renunciante.

El cónclave es una máquina electoral única en el mundo que, afinada en el tiempo, ha conseguido en el último siglo producir resultados sorprendentes, eligiendo Papas a hombres de cualidades decididamente más altas del nivel medio del colegio cardenalicio que, en su momento, los ha votado.

Por citar el caso más clamoroso, la elección en 1978 de Karol Wojtyla fue un momento de genialidad que permanecerá para siempre en los libros de historia.

Y el nombramiento de Ratzinger en 2005 no lo fue menos, como han confirmado los casi ocho años de su pontificado, marcados por una distancia insuperable entre la grandeza del elegido y la mediocridad de muchos de sus electores.

Además, los cónclaves se caracterizan a menudo por la capacidad del colegio cardenalicio de imprimir virajes en el papado. La secuencia de los últimos Papas es instructiva también sobre esto.

No es una larga lista gris, repetitiva y aburrida. Es una sucesión de hombres y acontecimientos marcados cada uno de ellos por una fuerte originalidad. El inesperado anuncio del concilio dado por el Papa Juan XXIII a un grupo de cardenales reunidos en San Pablo Extramuros no fue ciertamente menos sorprendente y revolucionario que el anuncio de la dimisión dado por Benedicto XVI a otro grupo de cardenales estupefactos hace pocos días.

Pero en las próximas semanas sucederá algo que no ha sucedido antes. Los cardenales tendrán que valorar qué confirmar o innovar respecto al precedente pontífice con él aún vivo. De Ratzinger todos recuerdan y admiran el respeto con el cual trataba también a quien era su adversario: hacia el cardenal Carlo Maria Martini, el más eminente de sus opositores, ha manifestado siempre una admiración profunda y sincera. Ahora bien, a pesar de su prometido retiro dedicado a la oración y el estudio, casi una clausura, es difícil que su presencia, aunque silenciosa, no grave sobre los cardenales convocados en cónclave y, después, sobre el nuevo elegido. Es inexorablemente más fácil debatir con libertad y franqueza de un Papa en el cielo que de un ex Papa en la tierra.

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Hasta el 28 de febrero la agenda de Benedicto XVI no se modificará. Después del retiro de las cenizas y de una “lectio” a los sacerdotes de Roma sobre el Concilio Vaticano II, se asomará el domingo para el Ángelus, recibirá el miércoles en la audiencia general, hará los ejercicios espirituales escuchando la predicación del cardenal Gianfranco Ravasi, recibirá en visita “ad limina” a los obispos de Liguria presididos por el cardenal Angelo Bagnasco y después a los de Lombardía con a la cabeza el cardenal Angelo Scola.

La casualidad quiere que precisamente él pudiera estar saludando al siguiente Papa en uno de estos dos cardenales.

En Italia, en Europa y en Norteamérica la Iglesia atraviesa años difíciles, de declive general, pero con un despertar vital e incidencia pública aquí y allá, a veces inesperado, como ha sucedido recientemente en Francia. De nuevo, por tanto, los cardenales electores podrían orientarse a candidaturas de esta área, que en todo caso sigue poseyendo el liderazgo teológico y cultural sobre toda la Iglesia. Y precisamente Italia podría volver a la carrera, después de dos pontificados que han ido a parar a un polaco y a un alemán.

Entre los candidatos italianos, Scola, 71 años, parece el más sólido. Se ha formado como teólogo en el cenáculo de “Communio”, la revista internacional que tuvo a Ratzinger entre sus fundadores. Ha sido discípulo de don Luigi Giussani, el fundador de Comunión y Liberación. Ha sido rector de la Lateranense, la universidad de la Iglesia de Roma. Ha sido patriarca de Venecia, donde ha demostrado una eficaz capacidad de gobierno y ha creado un centro teológico y cultural, el Marcianum, proyectado con la revista “Oasis” hacia la confrontación entre el Occidente y el Oriente cristiano e islámico. Desde hace casi dos años es arzobispo de Milán. Y aquí ha introducido un estilo pastoral muy atento a los “alejados”, con invitaciones a las misas en la catedral distribuidas en los cruces de las calles y en las estaciones de metro, y con una atención especial hacia los divorciados vueltos a casar, a los que se anima a acercarse al altar para recibir, no la comunión, pero sí una bendición especial.

Además de Scola, podría entrar en la lista de seleccionados como candidatos también el cardenal Bagnasco, 70 años, arzobispo de Génova y presidente de la conferencia episcopal italiana.

Por no hablar del actual patriarca de Venecia, Francesco Moraglia, 60 años, astro naciente del episcopado italiano, pastor de gran vida espiritual, muy amado por sus fieles. Su límite es que no es cardenal. Pero nada prohíbe que pueda ser elegido también quien no forma parte del sacro colegio, aunque incluso el muy titulado Giovanni Battista Montini, invocado como Papa ya en 1958 tras la muerte de Pio XII, tuvo que esperar a recibir la púrpura antes de ser elegido en 1963 con el nombre de Pablo VI.

Fuera de Italia, el colegio cardenalicio parece que se orienta y mira hacia Norteamérica.

Aquí, un candidato que puede corresponder a las expectativas es el canadiense Marc Ouellet, 69 años, plurilingüe, también él formado teológicamente en el cenáculo de “Communio”, durante muchos años misionero en América Latina, después arzobispo de Quebec, es decir, de una de las regiones más secularizadas del planeta y hoy prefecto de la congregación vaticana que selecciona a los nuevos obispos en todo el mundo.

Además de Ouellet, dos norteamericanos apreciados por el colegio cardenalicio son Timothy Dolan, 63años, dinámico arzobispo de Nueva York y presidente de la conferencia episcopal de los Estados Unidos, y Sean O’Malley, 69 años, arzobispo de Boston.

Nada sin embargo excluye que el próximo cónclave decida abandonar el viejo mundo y abrirse a los otros continentes.

Si bien en América Latina y África, donde reside sin embargo la mayor parte de los católicos, no parecen emerger personalidades relevantes capaces de atraer votos, no sucede lo mismo con Asia.

En este continente, que se prepara para convertirse en el nuevo eje del mundo, también la Iglesia católica juega su futuro. En Filipinas, que es la única nación de Asia donde los católicos son mayoría, brilla un joven y culto cardenal, el arzobispo de Manila Luis Antonio Tagle, hacia el cual crece la atención.

Como teólogo e historiador de la Iglesia, Tagle ha sido uno de los autores de la monumental historia del Concilio Vaticano II publicada por la progresista “escuela de Bolonia”. Pero como pastor ha mostrado un equilibrio de visión y una rectitud doctrinal que el mismo Benedicto XVI ha apreciado mucho. Sobre todo sorprende el estilo con el cual ejerce de obispo, viviendo sobriamente y mezclándose con la gente más humilde, con gran pasión misionera y caritativa.

Un límite podría ser que tiene 56 años, un año menos de la edad con la cual fue elegido Papa Wojtyla. Pero aquí vuelve a tener importancia la novedad de la dimisión de Benedicto XVI. Después de este gesto, la joven edad no será ya nunca un obstáculo para ser elegido Papa.

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UNA APUESTA SOBRENATURAL

La renuncia de Benedicto XVI al papado no es para él ni una derrota ni un rendimiento. “El futuro es nuestro, el futuro es de Dios”, ha dicho contra los profetas del infortunio en su última aparición pública antes del anuncio de la dimisión, la tarde del viernes 8 de febrero en el seminario romano.

Y hace dos inviernos, hablando precisamente sobre su posible futura dimisión, había advertido: “No se puede escapar en el momento de peligro y decir: Que se ocupe otro. Se puede dimitir en un momento de serenidad o cuando sencillamente no se puede más”.

Si ahora, por tanto, el Papa Joseph Ratzinger ha decidido en conciencia que su jornada de “humilde trabajador en la viña del Señor” ha llegado a su fin, es sencillamente porque ha visto cumplirse las dos condiciones: el momento es sereno y el vigor para “administrar bien” ha disminuido por el peso de los años.

Efectivamente, parece que hay una tregua después de las muchas tempestades que se han sucedido en sus casi ochos años de pontificado. Una tregua que, sin embargo, ha dejado intactas las posiciones de poder que en la curia alimentan desde hace muchos años la inestabilidad.

Serán los dos últimos secretarios de Estado, los cardenales Angelo Sodano y Tarcisio Bertone, ninguno de los cuales es inocente, quienes gobiernen el interregno entre un Papa y el otro, el primero como decano del colegio cardenalicio, el segundo como camarlengo. Pero ambos saldrán luego definitivamente de escena. Para los otros jefes de curia el “spoils system”, que tiene su inicio según la ley canónica con cada cambio de pontificado, liberará el nuevo Papa, si él querrá, de los malos administradores de la gestión precedente.

En sus casi ocho años de pontificado, Benedicto XVI ha sido determinado y clarividente al indicar las metas y mantener recto el timón, pero en la barca de Pedro la tripulación no siempre le ha sido fiel.

Ha sucedido así cuando ha impuesto una rigurosa línea de conducta para contrastar el escándalo de la pedofilia entre el clero, enfrentándose a aplicaciones hipócritas y tardías.

Ha sucedido lo mismo cuando ha ordenado limpieza y transparencia en los despachos financieros eclesiásticos, siendo desobedecido.

Ha sido así cuando ha visto cómo le ha traicionado su mayordomo de confianza, que ha violados sus secretos y robado los papeles más personales.

Pero hay más. Papa Ratzinger se ha batido sobre todo para reavivar la fe de la Iglesia, para corregir sus desbandadas en la doctrina, en la moral, en los sacramentos y en los mandamientos. Y también aquí a menudo se ha encontrado solo, atacado, incomprendido.

Ha sido, en resumen, una reforma inacabada la que perseguía Benedicto XVI. Dimitiendo ha reconocido que no puede llevarla adelante con sus débiles fuerzas. Y se ha confiado al cónclave para que elija un nuevo Papa con la energía necesaria para llevar a cabo tal empresa.

La suya es una apuesta sobrenatural que recuerda la de su predecesor Juan Pablo en los últimos, dolorosos años de su vida.

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Entre los analistas de la Iglesia, es el profesor Pietro De Marco de la universidad de Florencia quien ha comprendido con más perspicacia el significado de la audaz renuncia de Benedicto XVI.

La diferencia parece abismal entre el Papa actual y su predecesor Juan Pablo II, que en lugar de dimitir quiso “permanecer en la cruz” hasta el último momento. Pero no es así.

Papa Karol Wojtyla confió al carisma de su cuerpo enfermo una ganancia espiritual para la Iglesia que sobrepasara la creciente ineficiencia de su gobierno.

Mientras que Benedicto XVI afronta un riesgo simétrico: confía el gobierno de la Iglesia, es decir, su “bien”, a las fuerzas íntegras de su sucesor, en lugar de a los beneficios espirituales ofrecidos por una entrega prolongada a la propia debilidad, si permaneciera en el cargo.

El carisma de Juan Pablo II y la racionalidad de Benedicto XVI son las dos caras indisolubles de los dos últimos pontificados, cuyo signo son los respectivos actos finales.

Es por tanto insensato ver en la dimisión del Papa actual el inicio de una nueva praxis que obligará a los futuros pontífices a dimitir por enfermedad o por el peso de los años, tal vez bajo el arbitraje de un jurado visible o invisible formado por médicos, obispos, canonistas, psicólogos.

La decisión de un Papa de dimitir o de permanecer en el cargo a vida es siempre sólo suya según el ordenamiento de la Iglesia. Benedicto XVI ha decidido su renuncia “en conciencia ante Dios” y no la ha sometido a nadie. Sencillamente, la ha anunciado.

Y ahora ha puesto todo en las manos imponderables del próximo cónclave y del futuro pontífice. Comenta De Marco:

“La puesta en juego, en lo que se refiere al juicio humano, es enorme. Pero confío en esto: del mismo modo que el elevado riesgo de Juan Pablo II de gobernar la Iglesia con su ser sufriente ha obtenido el milagro de la elección de Papa Benedicto, así el riesgo, igualmente radical, de Benedicto de volver a entregar la guía de la Iglesia a Cristo para que conceda su peso a un nuevo Papa con fuerzas, obtendrá otro pontífice a la altura de la historia”.

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VITTORIO MESSORI explica el sentir del Papa: «Somos siervos inútiles; Cristo es el que salva a la Iglesia»

El ofrecimiento del sufrimiento y de la oración: una respuesta a tres preguntas – ReL

El periodista que mejor conoce a Joseph Ratzinger-Benedicto XVI responde al interrogante que muchos se han hecho: “¿No era más «cristiano» seguir el ejemplo del beato Juan Pablo II?”.

Vittorio Messori, el famoso periodista italiano autor de la entrevista a Juan Pablo II “Cruzando el umbral de la esperanza”, y del libro-diálogo “Informe sobre la fe” al entonces cardenal Ratzinger, ha escrito un extenso análisis en el Corriere della Sera, que reproduce en exclusiva en español.

Habrá mucho tiempo para análisis, balances, previsiones. Hoy, aún desconcertados, solamente intentaremos dar una posible respuesta a tres preguntas que nos han surgido en un primer momento.

Por encima de todo: ¿Por qué un anuncio de tales características precisamente en este día de febrero? Después: ¿Por qué en una reunión de cardenales anunciada rutinariamente? Y por último: ¿Cuál es el porqué del lugar elegido para el retiro del Papa emérito?

Reflexionando sobre estas cuestiones, después de la sorpresa casi brutal debido a su naturaleza inesperada (y para todos, también en la propia jerarquía), me parece que podemos arriesgar algunas posibles explicaciones.

El 11 de febrero, aniversario de la primera aparición de la Virgen en Lourdes, ha sido declarada por el «amado y venerado predecesor», como siempre lo ha llamado, Día Mundial del Enfermo. Ha dicho Ratzinger, en el latín de la breve y sorprendente declaración: «He llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino».

Terencio, y después Séneca, Cicerón y muchos otros habían recordado tristemente: senectus ipsa est morbus, la ancianidad misma es una enfermedad. Por tanto, está enfermo quienquiera que, como él, el próximo 16 de abril cumplirá 86 años. De hecho, ha añadido: «El vigor tanto del cuerpo como del espíritu, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado». Por tanto, ¿qué día podía ser más adecuado para tomar conciencia delante del mundo de su propia infirmitas de anciano que el dedicado a la Virgen de Lourdes, protectora de los enfermos?

En el fondo, también en esto se da un signo de solidaridad fraterna para todos aquellos que, por enfermedad o por edad, no pueden contar más con sus propias fuerzas.

Pero, (ésta es la segunda pregunta) ¿por qué anunciarlo, ex abrupto, precisamente en un consistorio de cardenales para decidir la glorificación de los mártires de Otranto, masacrados por la furia de los musulmanes turcos? No creemos que exista aquí un posible reclamo a la violencia de un cierto islamismo, tan actual ahora como en el siglo XV de la matanza en Puglia. Más bien, creemos que en estos meses Benedicto XVI ha meditado sobre el primer y único caso de abdicación formal de un Pontífice en la historia de la Iglesia, el del 13 de diciembre de 1294, por parte de Celestino V.

Habían existido, en los «siglos oscuros» de la Alta Edad Media, algunos casos de renuncia papal, pero en circunstancias oscuras y bajo la presión de amenazas y violencias. Pero sólo Pietro da Morrone, un eremita arrancado por la fuerza de su celda y elevado al trono pontificio, abdicó libremente y oficialmente, aduciendo también él en primer lugar una edad más octogenaria y la consiguiente debilidad. Antes de llevar a cabo este inédito paso, había consultado discretamente a los mayores canonistas, que le confirmaron que la renuncia es posible, pero debía ser anunciada «delante de algunos cardenales». Y es precisamente así como ha decidido hacerlo Benedicto XVI, que no tenía más que aquel referente en el que fijarse: con tal precedente y espiritualmente seguro, dado que el buen Pietro fue declarado santo de la Iglesia y no merecía en absoluto la acusación de «cobarde» que lanzó en su contra el gibelino Dante por sus razones políticas.

En definitiva, a falta de otras normas, el Papa Ratzinger, siempre respetuoso con la Tradición, ha tomado como referencia aquella ya establecida hace ocho siglos por el hermano con quien quería compartir destino.

Probablemente, no es casualidad tampoco el hecho de que el imprevisto anuncio haya sido leído sólo en latín, casi como para hacer referencia también en esto a aquel lejano precedente.

Pero, para llegar a la tercera pregunta, ¿por qué razón, después de un breve descanso en Castelgandolfo (desierto, y por tanto disponible durante la sede vacante), Benedicto XVI se retirará a aquel que fue un monasterio de clausura, dentro de los muros vaticanos? Esto, al menos, es el programa anunciado por el portavoz, el padre Lombardi. No sabemos si esa mudanza será definitiva pero, en cualquier caso, tampoco ésta es una decisión casual. Decían las últimas palabras del anuncio de ayer: «También en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria». En los años de pontificado ha repetido a menudo: «El corazón de la Iglesia no está donde se proyecta, se administra, se gobierna, sino donde se reza».

Por tanto, su servicio a la Catholica no sólo continua, sino que, en la perspectiva de la fe, se hace aún más relevante: si no ha elegido un monasterio lejano —quizá en Baviera o el de Montecassino, que el Papa Wojtyla había pensado como último recurso—, es posiblemente para dar testimonio, también con la cercanía física a la tumba de Pedro, cuánto desea permanecer junto a la Iglesia, a la que quiere donarse hasta el final.

Tampoco es casual, obviamente, el haber privilegiado a los muros impregnados por la oración como es el de un monasterio de clausura. No obstante, si la permanencia en el Vaticano fuese permanente, la discreción proverbial de Joseph Ratzinger asegura que no existirá ninguna interferencia con el gobierno del sucesor. Estamos convencidos de que rechazará incluso el papel de «consejero» lleno de años, pero también de experiencia y de sabiduría, incluso aunque hubiera peticiones explícitas del nuevo papa reinante. En su perspectiva de fe, el único verdadero «consejero» del pontífice es el Espíritu Santo que, bajo la bóveda de la Sixtina, le ha señalado con el dedo.

Y es precisamente en esta perspectiva religiosa que está, quizá, la respuesta a otro interrogante: ¿No era más «cristiano» seguir el ejemplo del beato Wojtyla, esto es, la resistencia heroica hasta el final, en vez del ejemplo de san Celestino V? Gracias a Dios, son muchas las historias personales, muchos los temperamentos, los destinos, los carismas, las maneras de interpretar y vivir el Evangelio. Grande, a pesar de lo que piensen quienes no la conocen desde dentro, grande es la libertad católica. Muchas veces, el entonces cardenal me repitió, en las entrevistas que tendríamos a lo largo de los años, que quien se preocupa demasiado por la difícil situación de la Iglesia (¿cuándo no lo ha sido?) demuestra no haber entendido que ésta pertenece a Cristo, es el cuerpo mismo de Cristo. Por tanto, le toca a Él dirigirla y, si es necesario, salvarla. «Nosotros», me decía, «solamente somos palabra del Evangelio, siervos, y por añadidura inútiles. No nos tomemos demasiado en serio, somos únicamente instrumentos y, además, a menudo ineficaces. No nos devanemos demasiado los sesos por el futuro de la Iglesia: realicemos hasta el final nuestro deber, Él pensará en lo demás».

Existe también, por encima de todo quizás, esta humildad, en la decisión de pasar el testigo: el instrumento va a desaparecer, el Dueño de la mies (como le gusta llamarlo, con términos evangélicos) necesita nuevos operarios, que, por tanto, lleguen, conscientes eso sí, de ser sólo servidores. En cuanto a los ancianos ahora ya extenuados, den el trabajo más valioso: el ofrecimiento del sufrimiento y el compromiso más eficaz. El de la oración inagotable, esperando la llamada a la Casa definitiva.

© Corriere della Sera

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‘Benedicto XVI ha incidido en las ideas de nuestro tiempo’

JUAN JOSÉ GARCÍA-NOBLEJAS / JOAQUÍN NAVARRO-VALLS

16 febrero 2013

Scriptor.org

Joaquín Navarro-Valls sabe bien de qué habla cuando es entrevistado en estos días a propósito de la decisión de renunciar Benedicto XVI

Buena muestra de esto es la entrevista publicada por el diario italiano La Stampa. En ella valora como “muy valiente y muy espiritual” la renuncia del papa Benedicto XVI al pontificado, al faltarle las fuerzas para seguir al frente de la Iglesia católica.

También ha mantenido una conversación con euronews. Esta es la entrevista, en la que destaca −entre otras cosas− la incidencia de Benedicto XVI, como intelectual y como pastor, en las ideas de nuestro tiempo, y en el modo valiente y racional de abordar todas las cuestiones candentes, incluyendo siempre la espiritualidad de la fe: La importancia de Benedicto XVI ha incidido…

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‘¡Siempre renuncias, Benedicto!’

Sinceridad de un bloguero novel

JUAN JOSÉ GARCÍA-NOBLEJAS / DANIEL

14 febrero 2013

scriptor.org. / oehd.wordpress.com

“Es un mártir contemporáneo, de esos a los que se les pueden inventar historias, a esos de los que se les puede calumniar, a esos de los que se les puede acusar, y no responde. Y cuando responde, lo único que hace es pedir perdón. ‘Pido perdón por mis defectos’. Ni más, ni menos”

Leo curioso y me va fascinando la que entiendo sinceridad sensata de Daniel, un bloguero a todas luces novel (tiene tres entradas en su blog), y que se define de esta guisa:

 «Aquí estoy. Me llamo Daniel, y soy un católico de 23 años. Le voy al Manchester United, me gusta Star Wars y leo cómics. Además, estudié fotografía. Pero nada de eso cuenta, si no fuera feliz».

Desconozco el resto de su biografía, excepto la que cuenta en su última entrada del blog, aunque (quizá por estar ahora en México) me lo imagino mexicano. Pienso que vale la pena reproducir lo que dice, tal cual (¡Siempre renuncias, Benedicto!), a continuación:

Tengo 23 años y aún no entiendo muchas cosas. Y hay muchas cosas que no se pueden entender a las 8:00 am cuando te hablan para decirte escuetamente: “Daniel, el papa dimitió”. Yo apresuradamente contesté: ”¿Dimitió?”. La respuesta era más que obvia, ”O sea renunció, ¡Daniel, el papa renunció!”.

El Papa renunció. Así amanecerán sin fin de periódicos mañana, así amaneció el día para la mayoría, así de rápido perdieron la fe unos cuantos y otros muchos la reforzaron. Y que renunciara, es de esas cosas, que no se entienden.

Yo soy católico. Uno de tantos. De esos que durante su infancia fue llevado a misa, luego creció y le agarró apatía. En algún punto me llevé de la calle todas mis creencias y a la Iglesia de paso, pero la Iglesia no está para ser llevada ni por mí, ni por nadie (ni por el Papa). En algún punto de mi vida, le volví a agarrar cariño a mi parte espiritual (muy de la mano con lo que conlleva enamorarse de la chavita que va a misa, y dos extraordinarios guías llamados padres), y así de banal, y así de sencillo, recontinué un camino en el que hoy digo: Yo soy católico. Uno de muchos, sí, pero católico al fin. Pero así sea un doctor en teología, o un analfabeto de las escrituras (de esos que hay millones), lo que todo mundo sabe es que el Papa es el Papa. Odiado, amado, objeto de burlas y oraciones, el Papa es el Papa, y el Papa se muere siendo Papa. Por eso hoy cuando amanecí con la noticia, yo, al igual que millones de seres humanos… nos preguntamos ¿por qué?. ¿Por qué renuncia señor Ratzinger?. ¿Le entró el miedo? ¿Se lo comió la edad? ¿Perdió la fe? ¿La ganó? Y hoy, después de 12 horas, creo que encontré la respuesta: El señor Ratzinger, ha renunciado toda su vida.

Así de sencillo.

El Papa renunció a una vida normal. Renunció a tener una esposa. Renunció a tener hijos. Renunció a ganar un sueldo. Renunció a la mediocridad. Renunció a las horas de sueño, por las horas de estudio. Renunció a ser un cura más, pero también renunció a ser un cura especial. Renunció a llenar su cabeza de Mozart, para llenarla de teología. Renunció a llorar en los brazos de sus padres. Renunció a, teniendo 85 años, estar jubilado, disfrutando a sus nietos en la comodidad de su hogar y el calor de una fogata. Renunció a disfrutar su país. Renunció a tomarse días libres. Renunció a su vanidad. Renunció a defenderse contra los que lo atacaban. Vaya, me queda claro, que el Papa fue un tipo apegado a la renuncia.

Y hoy, me lo vuelve a demostrar. Un Papa que renuncia a su pontificado cuando sabe que la Iglesia no está en sus manos, sino en la de algo o alguien mayor, me parece un Papa sabio. Nadie es más grande que la Iglesia. Ni el Papa, ni sus sacerdotes, ni sus laicos, ni los casos de pederastia, ni los casos de misericordia. Nadie es más que ella. Pero ser Papa a estas alturas del mundo, es un acto de heroísmo (de esos que se hacen a diario en mi país y nadie nota). Recuerdo sin duda, las historias del primer Papa. Un tal… Pedro. ¿Cómo murió? Sí, en una cruz, crucificado igual que su maestro, pero de cabeza. Hoy en día, Ratzinger se despide igual. Crucificado por los medios de comunicación, crucificado por la opinión pública y crucificado por sus mismos hermanos católicos. Crucificado a la sombra de alguien más carismático. Crucificado en la humildad, esa que duele tanto entender. Es un mártir contemporáneo, de esos a los que se les pueden inventar historias, a esos de los que se les puede calumniar, a esos de los que se les puede acusar, y no responde. Y cuando responde, lo único que hace es pedir perdón. ’Pido perdón por mis defectos’. Ni más, ni menos. Qué pantalones, qué clase de ser humano. Podría yo ser mormón, ateo, homosexual y abortista, pero ver a un tipo, del que se dicen tantas cosas, del que se burla tanta gente, y que responda así… ese tipo de personas, ya no se ven en nuestro mundo.

Vivo en un mundo donde es chistoso burlarse del Papa, pero pecado mortal burlarse de un homosexual (y además ser tachado de paso como mocho, intolerante, fascista, derechista y nazi). Vivo en un mundo donde la hipocresía alimenta las almas de todos nosotros. Donde podemos juzgar a un tipo de 85 años que quiere lo mejor para la Institución que representa, pero le damos con todo porque ”¿con qué derecho renuncia?”. Claro, porque en el mundo NADIE renuncia a nada. A nadie le da flojera ir a la escuela. A nadie le da flojera ir a trabajar. Vivo en un mundo donde todos los señores de 85 años están activos y trabajando (sin ganar dinero) y ayudan a las masas. Sí, claro.

Pues ahora sé Señor Ratzinger, que vivo en un mundo que lo va a extrañar. En un mundo que no leyó sus libros, ni sus encíclicas, pero que en 50 años recordará cómo, con un simple gesto de humildad, un hombre fue Papa, y cuando vio que había algo mejor en el horizonte, decidió apartarse por amor a su Iglesia. Va a morir tranquilo señor Ratzinger. Sin homenajes pomposos, sin un cuerpo exhibido en San Pedro, sin miles llorándole aguardando a que la luz de su cuarto sea apagada. Va a morir, como vivió aun siendo Papa: humilde.

Benedicto XVI, muchas gracias por renunciar.

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Un Pontífice de palabra

JUAN LUIS LORDA

14 febrero 2013

La Razón

No basta contemplar sus últimos años como pontífice. Joseph Ratzinger, nacido en 1927, ha tenido una vida muy dilatada en servicio de la Iglesia, con tres épocas muy claras

 El inesperado anuncio de la dimisión del Papa Benedicto XVI ha producido un impacto casi universal. Es el momento de pensar en el nuevo Pontífice que será elegido en un cónclave, que debe empezar entre el 15 y 20 de marzo. También es lógico hacer un balance sobre lo que la Iglesia debe a Benedicto XVI.

Pero no basta contemplar sus últimos años como pontífice. Joseph Ratzinger, nacido en 1927, ha tenido una vida muy dilatada en servicio de la Iglesia, con tres épocas muy claras.

La primera como teólogo en Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona(1955-1977); con una aportación muy destacada, porque siempre ha sido un hombre muy trabajador, muy bien documentado, con una mente sorprendentemente clara y una palabra certera. Muy pronto reconocido como uno de los mayores del siglo XX. Perito en el Concilio Vaticano II; probablemente, el último de los que quedan vivos, con comentarios muy profundos y autorizados. Ha publicado libros de mucho impacto como su famosa ”Introducción al cristianismo”, traducida a muchísimas lenguas, y sus estudios sobre la Iglesia y sobre la liturgia. Por cierto, acaba de aparecer en castellano el primer tomo de sus obras completas, con sus estudios sobre liturgia.

Siempre se ha sentido un profesor que ama la teología y le hubiera gustado dedicarle la vida entera, pero el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich (1977), en tiempos complicados para la Iglesia alemana. Son célebres sus homilías; en particular, un precioso ciclo sobre el Génesis, el origen de hombre y del mundo, en diálogo con las Ciencias. Cuando el nuevo Papa Juan Pablo II visitó Munich le pidió que se viniera a Roma, para ayudarle en las cuestiones doctrinales. Se resistió lo que pudo, pero finalmente accedió (1981). Así comenzaron sus muchos años de servicio en la Congregación para la Doctrina de la fe (1981-2005). Ayudó con mucho empeño y trabajo, muchas veces oculto, a Juan Pablo II. A él se deben muchos documentos importantes que enfocaron la situación de la Iglesia, como los relativos a la teología de la liberación, o a la religión cristiana en relación con otras religiones. Con su cabeza teológica y su espíritu de trabajo, enfocó otros grandes temas, como las nuevas relaciones de la Iglesia con la comunidad política.

Al morir Juan Pablo II, el colegio de cardenales, admirados de su sabiduría y de su servicio a la Iglesia, lo quisieron como Papa (2005). Él se resistió. Le hubiera gustado retirarse, pero ha hecho lo que ha podido para adaptarse a las enormes exigencias del Pontificado, más teniendo un predecesor como Juan Pablo II, que había batido todos los récords. Ha procurado continuar las grandes líneas, intensificando las relaciones ecuménicas, buscando la unidad y relanzando la nueva evangelización. Ha afrontado con decisión y valentía temas muy dolorosos, como las cuestiones relativas a la pederastia, o los graves desórdenes de algunos institutos religiosos. Ha procurado que mejorara el amor a la liturgia y ha continuado su diálogo intelectual con el mundo científico y con el mundo de la cultura. Deja un patrimonio precioso de encíclicas, discursos y homilías, que tienen la huella personal de su genio. Hay que destacar además su hermosa trilogía sobre Jesús de Nazaret, testimonio de su preocupación teológica y de su saber, escrita mientras sentía todo el peso del Pontificado encima.

En la historia, su Pontificado quedará indisolublemente unido al de Juan Pablo II, aunque con ese rasgo teológico tan personal. El siglo XX, en medio de dificultades tan graves para la Iglesia, ha sido un siglo de grandes Papas. Y en el cambio de siglo se añade a esta formidable lista Benedicto XVI.

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Grandeza de los humildes

PABLO CABELLOS LLORENTE

13 febrero 2013.

Las Provincias

No es fácil encontrar en nuestro mundo esta humildad de las almas grandes, que son capaces de sufrir lo indecible por los demás o bajarse de un pedestal hecho para servir, pero que no deja de estar muy alto

 Se cuentan por décadas los años transcurridos desde que me impactó este punto de Camino: “Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón”. Más tarde, tuve repetidas ocasiones de escuchar de labios de San Josemaría esta misma idea expresada de mil modos, todos ellos conducentes a querer al Papa por ser quien es, con independencia de su modo de ser, estilo, forma de gobernar, etc. Tomando la expresión de Santa Catalina de Siena −según creo recordar− le llamaba ‘el dulce Cristo en la tierra’ o también ‘el vicecristo’.

Acababa de recibir la noticia de la dimisión del Papa cuando había de salir de casa, pero me ha dado tiempo a leer e imprimir el texto de su anuncio. Ya en el coche, me han venido a la cabeza esas palabras de Camino y mil recuerdos embarullados que han concluido en el propósito de rezar más por este Papa hasta el día 28 y orar también por el que le suceda. Es la segunda vez que un Papa dimite.

Luego he leído algunos digitales comparando la decisión de Juan Pablo II de continuar hasta el final y la de Benedicto XVI que se va porque su vigor ha disminuido de tal forma que debe reconocer −ha dicho él mismo− su incapacidad para ejercer bien su ministerio. Aunque parezcan opuestos, son dos gestos grandes de dos grandes personajes de nuestro tiempo. El Beato Juan Pablo II no se bajó de la cruz que le unía a Cristo en sus graves enfermedades porque, a pesar de ellas, se veía capaz de cumplir su tarea. El Papa actual se va con la sencillez del que se ve incapaz de continuar esa misma misión. Había declarado que obraría así de encontrarse en tal situación.

No es fácil encontrar en nuestro mundo esta humildad de las almas grandes, que son capaces de sufrir lo indecible por los demás −algo que también ha realizado Benedicto XVI− o bajarse de un pedestal hecho para servir, pero que no deja de estar muy alto. Se baja para “servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”.

En la carta dedicada al Año de la Fe escribió estás palabras: ”llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que buscara la fe con la misma constancia que cuando era niño”. A continuación, estimulaba a escuchar esa invitación como dirigida a cada uno de nosotros para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Se me antoja como un testamento para los cristianos de nuestro tiempo: no permitir que la pereza, la dejadez o el abandono apolillen nuestra fe, no permitirnos la negligencia de incumplir el mandato divino de mostrar esa fe a quien la necesita. Sólo en Cristo, nos dice, tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

Pienso que la humildad de estos dos últimos papas nos está consintiendo mirar y ver de manera adecuada a ese Cristo que, como se lee en Hebreos, es el mismo hoy, ayer y siempre. Los dos son una muestra palpable de que Cristo vive en la Iglesia, en sus fieles, en los sacramentos y, de algún modo, en todo hombre que viene a este mundo.

Tuve la fortuna de asistir a una conferencia del cardenal Ratzinger dos o tres años antes de ser Benedicto XVI. Después, pude saludarlo y participar en una comida con él y un reducido número de asistentes. Era conocido por sus libros, pero su persona estaba oculta a la mayoría. Al presentármelo, habló con tal sencillez y naturalidad, que volví a mi casa diciendo que era un gran intelectual pero, sobre todo, un hombre de Dios, un alemán tierno, dije también como algo no corriente en nuestros esquemas simples sobre los germanos. Al ser presentado como vicario de la Prelatura del Opus Dei −lo era entonces−, recordó el gran acto de la canonización de san Josemaría y un magnífico artículo que él mismo publicó ese día: Dejar obrar a Dios.

También tuve la fortuna de saludar a Juan Pablo II en la audiencia subsiguiente a la masiva beatificación de mártires valencianos. ¡Ah! ¡Valencia, Valencia!, me dijo. Y lo guardo emocionado en mi alma ya valenciana. Estaba muy enfermo, pero vivía su servicio con la sencillez de los grandes.

Pienso que ese modo de ser solo se da en quien es verdaderamente sencillo y humilde, tanto para no bajarse de la cruz como para marcharse declarándose incapaz. La humildad, cuando es verdadera, puede presentarse en formas aparentemente contrapuestas. A veces se puede ser humilde callando y, en otras ocasiones, hablando, Se puede vivir la humildad renunciando a derechos personales o exigiéndolos en modo adecuado. No en vano, Cristo, que siendo modelo de todo no se puso como tal de casi nada, nos pidió: aprended de mí que soy manso y humilde ce corazón.

La pérdida causa dolor, pero la fe se acrisola por el fuego. También está escrito al final de Porta Fidei.

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‘Me siento menos sola cuando leo sus libros’

RAFAEL NAVARRO-VALLS

12 febrero 2013.

religionconfidencial.com

Oriana Fallaci: “Soy una atea, y si una atea y un Papa creen las mismas cosas, hay mucho de verdad allí”

 Para los juristas la renuncia de Benedicto XVI no es estrictamente una novedad, ni histórica ni jurídica. Históricamente se habla de varias renuncias. Pero en realidad −vistas de cerca las cosas− solo ha habido una: la de Celestino V.

Los otros supuestos que suelen aducirse son de carácter legendario, de renuncias forzadas, o bien de personas con dudosa condición papal (antipapas).

El caso de Celestino V es distinto y creador de un precedente legal que ha seguido vigente hasta ahora. La renuncia de Pedro Angelari de Morrone −que así se llamaba el monje elegido en julio de 1294 y dimitido en diciembre del mismo año− fue acompañada de polémica acerca de la facultad de un Papa para dimitir. El debate fue zanjado por su sucesor Bonifacio VIII que, en una famosa decretal (una disposición legal eclesiástica), justificó la renuncia de su predecesor, siempre que lo hubiera hecho libremente. Esta decisión históricamente fue aceptada como precedente legal, de modo que el canon 332&2 del vigente Código de Derecho Canónico dispone: ”Si aconteciere que el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”.

En la decisión de Benedicto XVI −que entrará en vigor a las 20 horas del 28 de febrero− claramente han concurrido las dos circunstancias que el Derecho canónico exige para la validez de la renuncia: libertad y manifestación formal de la decisión. Lo primero, pues la libertad de renuncia no aparece limitada por circunstancia alguna que disminuya el pleno juicio del Pontífice ni viciada por miedo grave, dolo o violencia física. La segunda, ya que la manifestación de su voluntad ha sido clara e inequívoca. Así, pues, el 28 de febrero Benedicto XVI pasará a ser un papa ”emérito” (por la novedad suena raro, pero así es), con algunas peculiaridades que ahora no son del caso analizar.

En una antigua entrevista de Oriana Fallaci en The Wall Street Journal, la ya fallecida periodista decía: «Soy una atea, y si una atea y un Papa creen las mismas cosas, hay mucho de verdad allí». Se refería a la reivindicación de la justicia y el amor típicos de la muy amplia y brillante producción jurídica del Papa Ratzinger. «Me siento menos sola cuando leo sus libros». Benedicto XVI ocupará un alto puesto en la historia del pontificado. Entre otras cosas, por su lucidez y claridad intelectual.

Rafael Navarro Valls, catedrático de Derecho Canónico

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Razón de amor

PACO SÁNCHEZ

12 febrero 2013.

La Voz de Galicia

Joseph Ratzinger pasará a la historia como uno de los más grandes teólogos de nuestra época, pero también como uno de los intelectuales que mejor supo entender y diagnosticar las crisis de nuestro tiempo

Era libre para aceptar y libre para renunciar. Hizo ambas cosas: aceptó en el 2005, con 78 años, y renunció ayer, con 85. Dos decisiones tremendas: dudo que nadie sea capaz de ponerse en la cabeza y en el corazón de un hombre que sueña con retirarse a descansar y escribir, pero de pronto deviene papa, oficio poco compatible con tales aspiraciones, especialmente a los 78 años. Y luego, ya con 85, la duda tremenda de conciencia:«¿Debo seguir?», «¿renuncio porque quiero descansar, porque no puedo más o porque es lo que Dios pide, el mismo Dios ante el que pronto tendré que rendir cuentas?».

 Benedicto XVI escribió tres encíclicas en siete años: dos sobre el amor y una sobre la esperanza, como si esas dos fueran a la vez las grandes dolencias de nuestro mundo y sus grandes remedios: amor y esperanza contra las plagas de desamor y desesperación. De ahí su empeño en volver a explicar a Jesús de Nazaret, que es Dios y es amor −como dice el título de su primera encíclica− y es hombre. Quizá su pontificado pueda resumirse en esto, en volver a Jesús. Frente a la percepción simplificada de la Iglesia como un conjunto casposo de normas morales, principalmente de carácter sexual, Ratzinger propone al mismo Cristo. Y frente al sentimentalismo relativista, tan inseguro como angustioso, reivindica el papel decisivo de la razón: Caritas in Veritate se titula su tercera encíclica.

Joseph Ratzinger pasará a la historia como uno de los más grandes teólogos de nuestra época, pero también como uno de los intelectuales que mejor supo entender y diagnosticar las crisis de nuestro tiempo. Crisis de la inteligencia y del amor. Justo las dos claves que explican la grandeza de su generosa aceptación en el 2005 y de su renuncia ayer.

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Benedicto XVI, un pontificado contracorriente

DIEGO CONTRERAS

12 febrero 2013.

laiglesiaenlaprensa.com

El mismo hecho de dimitir confirma que la expresión “humilde siervo en la viña del Señor”, con la que se presentó tras su elección, no era una frase hecha sino la verdad

 Benedicto XVI había avisado, pero ya casi se nos había olvidado (por lo menos, a mí). «Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir». Lo dijo a Peter Seewald en el libro-entrevista La Luz del Mundo, publicado en 2010. (Este video recoge en momento en el que anuncia a los cardenales, en latín, su dimisión que será efectiva el 28 de febrero).

Me parece que buscar otras razones a la decisión anunciada hoy por el Papa es superfluo. Dirigir la Iglesia universal requiere hoy un gasto de energía muy distinto al que hacía falta años atrás. El Papa está bien de salud y sigue teniendo una mente prodigiosa, pero considera que ”no llega” en la acción de gobierno. Pienso que eso se notaba: el Papa se ha centrado en lo esencial −especialmente, el magisterio doctrinal y la elección de obispos− pero ve que es preciso llegar a más. Se dirá que Juan Pablo II estaba mucho peor y no dimitió: en aquel caso, sin embargo, el Papa consideró que su misión era precisamente dar testimonio del sufrimiento como sucesor de Pedro. Y así fue percibido.

Con la mirada retrospectiva, no se puede negar que Benedicto XVI ha tenido que remar contracorriente durante sus casi ocho años de pontificado. Eso también ha supuesto un gasto de energía extra. Se le ha dejado solo en demasiadas ocasiones. Para mí, el documento más dramático de todo su pontificado es la carta que escribió a los obispos en marzo de 2009, a raíz de las violentas polémicas que siguieron el levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos (aquí lo explico mejor). En todo caso, Benedicto XVI ha demostrado que no tenía nada que ver con las caricaturas que algunos (por lo general, fuera de Roma: aquí era más fácil conocer al auténtico Ratzinger) le han colgado. El mismo hecho de dimitir confirma que la expresión “humilde siervo en la viña del Señor”, con la que se presentó tras su elección, no era una frase hecha sino la verdad.

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Las fuerzas del Papa

JAVIER ARNAL

11 febrero 2013.

javierarnal.wordpress.com

Han sido años de valentía en la Iglesia, no ha esquivado su responsabilidad, y no hay nada en su decisión que apunte a abandono, sino a una magnanimidad humilde de conocerse y conocer la carga que un sucesor de Pedro ha de asumir

Vídeo: El legado de Benedicto XVI: El Papa de la razón y la reconciliación

Con la sencillez y serenidad que ha caracterizado su pontificado, Benedicto XVI ha anunciado su decisión de renunciar, esgrimiendo que ya no tiene fuerzas para las tareas de su ministerio. Una decisión inesperada, histórica −sólo tres Papas lo habían hecho en la historia de la Iglesia, el último en el siglo XV− y merece el respeto universal.

En cierta ocasión, el cardenal Ratzinger iba caminando por la plaza de San Pedro, y una persona le pidió su opinión sobre una materia que le interesaba. Con toda sencillez, Ratzinger le contestó que no lo había pensado y que, tras meditarla, podría darle su opinión. Siempre me ha parecido esta pequeña anécdota un fiel reflejo de la personalidad del actual Papa: reflexivo y profundo.

La carga de un Papa es colosal: nada más y nada menos que representante de Jesucristo en la tierra. Él no esperaba ser elegido en 2005, máxime cuando había pedido en varias ocasiones a Juan Pablo II retirarse de responsabilidades de gobierno, dar paso a otros. En aquel cónclave de 2005 vio que la “guillotina” −ser elegido, y con esa expresión que utilizó− le iba a tocar. Si antes invocaba su edad para no asumir tareas de gobierno, parecía más que razonable que no aceptase ser Papa. Con el aliento de los cardenales aceptó la elección, y se ha exprimido en estos casi 8 años, a punto ya de cumplir 86. Su conciencia le condujo a aceptar la carga y su conciencia le lleva a dejarla: sólo cabe la admiración, o cuando menos el respeto.

 Joaquín Navarro-Valls, portavoz del Vaticano muchos años con Juan Pablo II y en el comienzo del pontificado de Benedicto XVI, recuerda con nitidez que, al fallecer Juan Pablo II, le comentó un asunto al cardenal Ratzinger, y éste le contestó con gran sencillez: ”No se preocupe por ese asunto, es tarea del Papa que venga”. ¡Estaba tan convencido de que no iba a ser elegido! Así lo cuenta Navarro-Valls.

En las quinielas de ”papables” en 2005 salía la posibilidad de Ratzinger, pero muchos le descartaban por su edad y salud. Fue elegido y en estos años ha dado de sí todo lo que tenía y podía, al servicio de la Iglesia. Seguro que por el bien de la Iglesia, ahora renuncia, precisamente invocando la falta de fuerzas, el vigor que estima necesario para misión tan dura. Han sido años de valentía en la Iglesia, no ha esquivado su responsabilidad, y no hay nada en su decisión que apunte a abandono, sino a una magnanimidad humilde de conocerse y conocer la carga que un sucesor de Pedro ha de asumir. Tiempo tendremos para reflexionar una decisión tan ponderada e histórica.

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La renuncia de Benedicto XVI, vista por la prensa

ACEPRENSA

12.FEB.2013

Algunos comentaristas se centran en la innovación que supone la renuncia del Papa y en sus motivos:

Andrea Tornielli comenta en Vatican Insider:

“¿La ‘cruz’ del Pontificado se hizo demasiado pesada para sus espaldas? Claro que sí (…) Pero justamente este gesto puede representar la última gran enseñanza del Papa Ratzinger. De este Papa que en su primer discurso a los cardenales en la Capilla Sixtina dijo que el Pontífice “debe hacer resplandecer la luz de Cristo, no la propia”. Todo lo que ha hecho en estos durísimos años ha sido para hacer entender a la Iglesia que la verdadera guía de la Iglesia misma no es el Papa, ni su protagonismo ni su heroísmo, ni su figura solitaria aislada en una torre y expuesta al ojo inmisericorde de los reflectores. La guía de la Iglesia es Jesús, de quien el Papa es solamente un vicario. (…)Al admitir su fragilidad física y psicológica, al hacer este gesto humilde y libre, el Papa transmite una vez más esta enseñanza.

Para André Vingt-Trois, arzobispo de París,”el Papa ha roto un tabú; su renuncia constituye un acto liberador para el futuro y para sus sucesores”.

¿Un papa sin fuerzas debe resistir o renunciar? El teólogo Olegario González de Cardedal comenta en ABC (2-12-2013): “Hay el heroísmo de la resistencia, que lleva al sujeto hasta el extremo de sus fuerzas, manteniendo unidos vida y cargo; mientras que existe también el heroísmo de la sumisión a las leyes de la naturaleza, a las condiciones de salud, a lo que los hechos humanos y los signos divinos invitan, reclamando una renuncia” (…) Benedicto XVI ha renunciado… “Y lo ha hecho con unas palabras transparentes, comunicando en libertad una convicción madurada en libertad: no tiene las fuerzas físicas con la consiguiente capacidad intelectual y moral necesarias para guiar y regir la barca de la iglesia. Sin aspavientos y sin pretensiones, con la misma sencillez con que en 2005 anunció su aceptación desde la ventana de San Pedro: ‘Soy un pobre obrero en la viña del Señor’. Así vino y así se va”.

La humildad de un papa

El cardenal Julián Herranz confiesa en declaraciones a El Mundo (13-02-2013) que le sorprendió “la radical novedad de su decisión, que verdaderamente no tiene ningún precedente en la historia de la Iglesia. Se habla, por ejemplo, de la renuncia de Celestino V, pero fue distinto: era un anacoreta al que los cardenales decidieron nombrar Papa, pero que no tenía las condiciones humanas necesarias para ser Pontífice ni tenía conocimiento de la curia ni de las labores de Gobierno… Y no hay más precedentes históricos de una renuncia al Pontificado en perfectas condiciones mentales”.

En cambio, añade, “no me sorprendió por la persona. El de Benedicto XVI es un acto que ha puesto de manifiesto dos grandes virtudes que yo siempre he admirado en él: la humildad y el amor a la Iglesia. Benedicto XVI es un Papa humilde, sencillo, profundamente inteligente que ha dado a conocer el Evangelio con gran profundidad teológica pero también con gran sensibilidad. El gesto del Papa me parece de una humildad heroica. (…) Reconocer humildemente esos límites humanos ante la opinión pública mundial es un gesto de amor a la verdad, a la verdad sobre sí mismo, algo que no es fácil. Sólo hay que ver el apego a los cargos y la alta estima de sí mismos que tienen muchas personas”.

Isabelle de Gaulmyn, escribe en La Croix (11-02-2013), jugando con viejos clichés:

“El ‘panzer cardinal’, el ‘teólogo de hierro’, supo encontrar las palabras justas, las del corazón. Nada sorprendente en quien dedicó su primera encíclica al amor (Deus caritas est). Los historiadores harán balance de un pontificado particularmente complejo. Pero, en cualquier caso, dejará la marca del profundo pastor que fue, y al que se podría aplicar la síntesis que utilizó para hablar de su maestro, san Agustín: ‘No se sentía llamado a la vida pastoral, pero comprendió enseguida que Dios le llamaba a ser pastor entre los demás, ofreciéndoles el don de la verdad’“.

Benedicto XVI ha sido un humilde siervo de la verdad, auténtico “trabajador”: “es decir, obstinado, seguro de las orientaciones que imprimió en la Iglesia, de las decisiones que desconcertaban a menudo, incluso siempre. El Papa tiene la libertad de quien se sabe de paso. Asume el riesgo de la impopularidad”.

En la edición especial de Le Figaro, (12-02-2013), Étienne de Montety titula su comentario editorial “La humildad de un papa”. Recuerda otras sorprendentes decisiones de papas llamados de “transición”, como Juan XXIII.

En esa línea se inscribiría la decisión del “conservador” Benedicto XVI al renunciar voluntariamente al puesto de sucesor de Pedro, algo que nunca había ocurrido en la era moderna. “Benedicto XVI actuó siempre animado por una convicción interior, una certeza, que le hacía como indiferente a la barahúnda mediática. El inesperado anuncio de su renuncia procede también de esa fuerza de voluntad”. En el fondo, resulta coherente “con quien presentó siempre su ministerio como un servicio y no como el ejercicio de un poder”.

Responsables de diversas confesiones elogian a Benedicto XVI

Como destaca Martine de Sauto en un reportaje de La Croix, (12-2-2013), “los líderes religiosos elogian al teólogo y hombre de diálogo”: protestantes, ortodoxos, anglicanos y judíos “expresan su agradecimiento por el compromiso de Benedicto XVI con la reconciliación de las iglesias y el diálogo interreligioso”. Solo una nota disonante: “el silencio de los musulmanes”.

Todos evocan con unanimidad el coraje y la humildad de la renuncia de Benedicto XVI, tan conforme a la imagen de doctor de la fe, sobrio en gestos y discursos, que muchos guardan de él. El pastor Claude Baty, presidente de la Federación de Protestantes de Francia, estima la decisión “muy razonable y valiente”.

Otra palabra repetida es “respeto”: “Hemos seguido con profundo respeto cómo Benedicto XVI asumió la responsabilidad y las cargas de su ministerio, a pesar de su avanzada edad, en una época muy exigente para la Iglesia”, afirma el pastor Olav Fykse Tveit, Secretario General del Consejo Mundial de las Iglesias.

Algunos añaden una nota espiritual, como Justin Welby, el nuevo arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana, con referencia a la visita de Benedicto XVI al Reino Unido en septiembre de 2010: “El Papa Benedicto XVI nos ha mostrado a todos una parte del significado práctico de la Sede de Roma: dar testimonio del alcance universal del evangelio y ser un mensajero de esperanza en momentos en que se cuestiona la fe cristiana”.

Reconocimiento de los ortodoxos

Muchos han tenido relación personal con Benedicto XVI, y manifiestan sus impresiones, como el arzobispo Hilarión de Volokolamsk, responsable de las relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú: después de expresar su gratitud por la comprensión de Benedicto XVI hacia “los problemas que impiden la normalización de las relaciones entre ortodoxos y católicos”, evoca los “memorables encuentros personales” con el Papa: “me asombró su actitud sosegada y reflexiva, su sensibilidad ante las cuestiones que planteábamos, su deseo de resolver juntos los problemas que surgen en nuestras relaciones”. Por su parte, el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, presente en Roma para la apertura del Año de la Fe, elogia a un “amigo” de la Iglesia de Oriente y subraya “la buena cooperación” que ha mantenido con el Papa en el marco de los esfuerzos de aproximación entre las Iglesias de Oriente y Occidente.

El agradecimiento de los judíos

Gilles Bernheim, Gran Rabino de Francia, cuyo ensayo sobre el “matrimonio gay, la homoparentalidad y la adopción” fue citado extensamente por Benedicto XVI en la felicitación de Navidad a los miembros de la Curia el 21 de diciembre pasado, califica la decisión como “digna y valiente”.

Otros representantes de instituciones judías expresan su gratitud, y destacan los discursos y gestos durante los viajes de Benedicto XVI. Pero sobre todo señalan el relato de la pasión y muerte de Jesucristo que hizo en el segundo tomo de su Jesús de Nazaret: explica en sustancia –en la línea del Concilio Vaticano II (1962-1965), que rompió con la noción de “pueblo deicida”- que la expresión “los judíos” designa a ciertos aristócratas del pueblo”, pero no ciertamente a todos los judíos.

Yona Metzger, Gran Rabino Asquenazí de Israel, a quien el Papa recibió en el Vaticano en septiembre de 2005, afirma que, bajo la autoridad del Papa Benedicto XVI, “las relaciones entre el gran Rabinato y la Iglesia han sido “mucho más estrechas, lo que ha llevado a una disminución de actos antisemitas en el mundo”. No deja de expresar su agradecimiento “por todo lo que ha hecho para reforzar los lazos entre las religiones y promover la paz interconfesional”.

El Congreso Judío Mundial recuerda por su parte que “ningún papa antes que él había hecho tantos esfuerzos para mejorar las relaciones con los judíos, en los diversos niveles”.

Dialogante con los no creyentes

Julia Kristeva, lingüista, ensayista francesa de origen búlgaro, destaca en declaraciones a Avvenire (13-02-2013) el carácter dialogante que Benedicto XVI ha mostrado con intelectuales no creyentes como ella. En el encuentro interreligioso que tuvo lugar en Asís en 2011, invitó también de modo oficial a un pequeño grupo de no creyentes, dándoles la palabra.

“Hemos comprendido que se ha terminado el tiempo de la sospecha” entre creyentes y no creyentes, dice Kristeva. Evocando el “no tengáis miedo” de Juan Pablo II, la invitación de Benedicto XVI tenía un sentido: “Creyentes y no creyentes, no os temáis y tratad de comprenderos hablando. Esto me parece indispensable para la existencia de Europa y para pensar juntos las heridas de Europa”. Por eso considera que Benedicto XVI es “un gran europeo que con su obra ha dado esperanza a una Europa en crisis”.

Del estilo personal de Benedicto XVI subraya que no ha sido un intelectual dogmático. Ha pedido a los creyentes que escuchen también a los no creyentes para así purificar su fe. “Es algo absolutamente inaudito que muestra al mismo tiempo una gran profundidad filosófica, gran humildad y una apuesta por el porvenir europeo en el sentido de un encuentro entre el humanismo cristiano y el secularizado”.

Sorpresas de un pontífice

Haciendo una comparación con el pontificado de Juan Pablo II, John Allen opina en National Catholic Report: ”Benedicto XVI se mantuvo al margen de la geopolítica, y rara vez se colocó en la primera línea de la historia como Juan Pablo II. Su atención se centró más en la vida interna de la Iglesia, llamando a un sentido más fuerte de identidad católica tradicional frente a una era muy secular”.

En un artículo publicado en The Telegraph, Peter Stanford –editor del Catholic Herald– sostiene que la decisión de renunciar de Benedicto XVI se añade a la lista de sorpresas de su pontificado. Pocos de los que le acusaban de “inmovilista” podían imaginarse que Benedicto XVI sería el primer papa en renunciar de los últimos 600 años.

Tampoco era imaginable, añade Stanford, que el Rottweiler de Dios fuese “un Papa sin miedo a pedir perdón”. En este sentido, sostiene que el coraje y la humildad con que Benedicto XVI afrontó la polémica de los abusos en su viaje de 2010 a Reino Unido logró templar los corazones de los británicos (cfr. Aceprensa, 20-09-2010).

A eso se sumó el descubrimiento de su encanto personal: “Las multitudes se entusiasmaron con este hombre serio, de sonrisa nerviosa y sencilla humanidad”. El resultado es que “incluso los escépticos respondieron positivamente a sus críticas contra los intentos de marginar la religión”.

El cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York y presidente de la Conferencia Episcopal de EE.UU., también ha presentado a Benedicto XVI como un papa cálido. “El Santo Padre reúne el corazón tierno de un pastor, la mente incisiva de un erudito y la confianza de un alma unida a Dios en todo lo que hizo”, dijo en una nota publicada el mismo día en que el Papa anunció su decisión de renunciar.

Tareas de un pontificado

En su artículo en ABC, el teólogo Olegario González de Cardedal sintetiza así las tareas del pontificado de Benedicto XVI:

“En tan corto pontificado ha acometido tres grandes tareas, dentro de lo que él definió como su única misión: ser servidor del Evangelio. Este Evangelio lo ha traducido a la historia en tres grandes órdenes: clarificación intelectual de la verdad cristiana, para garantizar que la iglesia no propone opiniones de hombres sino palabra de Dios; reforma moral especialmente en aquellos órdenes que son más frágiles y vulneradores de la dignidad humana; transparencia financiera, de forma que los dineros de la Iglesia en su uso y sus fines correspondan a exigencias éticas y contribuyan también a realizar los ideales propios de la iglesia”.

(…) “Se centró en las cuatro grandes palabras de la modernidad. La primera es la verdad (…) La Verdad cristiana es idéntica al Amor. Tal es su primera encíclica: Dios es amor’ (…) En continuidad con ella están los tres grandes discursos en las universidades de Ratisbona, de la Sapienza en Roma y de los Bernardinos en París. La segunda gran palabra es libertad, y refiriéndose a su relación con la naturaleza y el orden divino, mostró sus consecuencias éticas en los discursos dirigidos al Parlamento alemán en Bonn, al Parlamento inglés en Londres y a la Curia en Roma. La tercera gran palabra es justicia, y a ella dedicó su tercera encíclica: La caridad en la verdad (…) La cuarta palabra es esperanza. Su segunda encíclica Salvados por la esperanza (…) responde a las preguntas: “¿Qué nos cabe esperar? ¿Es posible la esperanza para los seres finitos, mortales y además pecadores?” (…)

González de Cardedal concluye destacando un aspecto del Magisterio de Benedicto XVI: “Sobre todo no ha cejado de recordarnos a los humanos que Dios es la primera palabra, nuestra suma posibilidad y nuestra máxima necesidad; que en la respuesta a él en la fe y el amor llegamos a nuestra plenitud; que él separa el bien del mal y que cuando anulamos esta diferencia nos avecindamos en el territorio de la muerte”.

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Ceniza y cónclave

ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

14 febrero 2013.

Diario de Cádiz

Todavía me quedan más de quince días para darle todo mi apoyo moral en estos momentos delicados y para orar por la Iglesia y por el próximo Papa

 Escribo todos los Miércoles de Ceniza, lógicamente. Este año mi artículo penitencial saldrá solo. La renuncia de Benedicto XVI, justo antes de la Cuaresma, nos ha puesto de golpe con el estado de ánimo apropiado para este tiempo litúrgico, lo cual no puede extrañarnos en un Papa que siempre nos ha exhortado a guardar y admirar la liturgia.

Se precipitan los análisis, que escucho boquiabierto y mareado. Cuánto vaticanista y vaticanólogo vaticanófilo o vaticanófobo blandiendo vastos vaticinios variados. Atiendo con un intenso interés y acabo con una densa decepción. Primero, porque yo no dudo de las palabras del Santo Padre: renuncia porque “ya no tiene fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”, tal y como había avisado en el libro-entrevista La luz del mundo (2010). Darle demasiadas vueltas marea.

Y también porque tengo el ejemplo de Dante Alighieri para no juzgar a la ligera. La renuncia de Celestino V le sentó fatal. El poeta había puesto grandes esperanzas en el bondadoso Pietro Angeleri di Murrone. Pero el nuevo Papa, sintiéndose anciano e incapaz de dirigir la Iglesia, renunció, dando pie a que llegara a la sede de Pedro Bonifacio VIII, enemigo de la facción política del florentino.

Por ello, Dante situó a Celestino V en el Infierno y se refirió a él como el ”che fece per viltade il gran rifiuto”, o sea, ”el que por cobardía hizo la gran renuncia”. Sin embargo, enseguida, en 1313, la Iglesia canonizaba a san Celestino. Dante, el gran poeta católico de todos los tiempos, había quedado como la chata. No me quiero ni imaginar cómo quedarán nuestros vaticanistas.

Pero tengo otro motivo menos histórico-literario, más personal y vergonzante para dejarme de arabescos analíticos. Me duele darme cuenta de que durante todos estos años tendría que haber rezado mucho más por el Santo Padre. Todavía me quedan más de quince días para darle todo mi apoyo moral en estos momentos delicados y para orar por la Iglesia y por el próximo Papa. Esta cuaresma la oración va a caer por su propio peso y por la fuerza de las circunstancias.

Aun así, será una cuaresma que acabe, como todas, en la felicidad pascual. En este caso intensificada por la alegría de un nuevo Santo Padre; y por saber que nuestro Joseph Ratzinger sigue con nosotros, dando ejemplo de oración intensa y estudio hondo.

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Retirarse a tiempo

FRANCISCO VARO

15 febrero 2013.

Expansión

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, merece el respeto debido a los grandes hombres de la historia, aquellos que, sin buscarlo, han abierto con sencillez un surco luminoso en la humanidad

 ”Retirarse a tiempo”. Así titulaba el ‘Diario Madrid’ su editorial del 30 de mayo de 1968 acerca de la situación política en la que se debatía De Gaulle durante aquellos días. Sus nueve párrafos le costaron al diario un expediente sancionador, porque las autoridades del régimen vieron tras esos comentarios una alusión nada velada a la resistencia del entonces Jefe del Estado a renunciar al poder.

El apego al poder no es enfermedad exclusiva de los dictadores. También en democracia, empresas, deporte y casi todos los ámbitos de la vida civil, abundan los casos de esta patología. Aferrarse al sillón es una reacción frecuente en quien ha gustado las mieles del poder.

Por eso, la renuncia de Benedicto XVI al ministerio de Obispo de Roma ha conmocionado al mundo. No estamos acostumbrados a que los personajes de los que hablan los periódicos nos sorprendan con este tipo de noticias. ¿Qué ha sucedido en este caso? Pienso que Joseph Ratzinger ha tomado una decisión clarividente, humilde y llena de sentido sobrenatural. Hace falta una inteligencia clara, junto a una profunda sencillez, para ponderar adecuadamente las propias fuerzas físicas ante las necesidades del gobierno de la Iglesia en el siglo XXI, que no son comparables a las situaciones vividas en el pasado.

El puesto de Romano Pontífice, más que un cargo, es una carga, como todas las tareas de gobierno en la Iglesia. Si se asumen como es debido, no constituyen una meta personal para gentes ambiciosas, ni puntos de influencia para imponer las propias ideas, sino modos de servicio abnegado a la verdad revelada por Dios, y con ella a todos los cristianos y a la humanidad.

Jesús dijo de sí mismo que no había venido a ser servido sino a servir y a dar su vida por muchos. A lo largo de estos ocho años el Papa ha sido un buen discípulo de tan gran maestro, un «humilde trabajador en la viña del Señor» como se definió en sus primeras palabras después de su elección. La decisión de retirarse cuando constata que le faltan las fuerzas físicas que serían necesarias para desarrollar su servicio con la energía que requiere le honra como persona y como creyente, ya que constituye el más claro testimonio de que su vida no tiene otro fin que servir al Evangelio del mejor modo posible, y, a partir de finales de mes, ese modo será la oración.

Los que en algún momento tuvimos la gracia de conocer y dialogar con el teólogo Ratzinger antes de su elección como Papa, ya pudimos percibir entonces la serena sencillez, llena de sabiduría, de alguien que contempla el mundo en que vive con la nitidez que proporciona la mirada de la fe. A la vez que, por encima de una primera impresión de timidez, se percibía su atenta solicitud pastoral. Lo mismo hemos podido comprobar después. Cercano y atento a las necesidades del pueblo cristiano ha dado ejemplos heroicos de discernimiento evangélico ante los grandes problemas de la humanidad en nuestro tiempo.

Quienes estuvimos en la explanada de Cuatro Vientos durante la Jornada Mundial de la Juventud quedamos impresionados de su oración intensa ante Jesús en la custodia, en medio de aquella increíble tempestad de lluvia y viento, así como de su concentración al celebrar la Eucaristía y el calor de sus palabras afectuosas. Fueron unos momentos inolvidables para muchos de nosotros, que dejaron una huella imborrable en nuestra vida.

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, merece el respeto debido a los grandes hombres de la historia, aquellos que, sin buscarlo, han abierto con sencillez un surco luminoso en la humanidad.

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La cruz y la renuncia

CARLOS HERRERA

15 febrero 2013.

ABC

Benedicto XVI ha renunciado a la Cruz mediante un ejercicio acorde con su vida

 Los ejemplos de los últimos momentos en la Silla de Pedro de Juan Pablo II y Benedicto XVI son una muestra clara de dos formas de coraje. Diferentes pero semejantes. Coraje para estar en la Cruz y coraje para bajar de ella. Juan Pablo acabó sus días moviendo apenas su ceja y elevando su mano temblorosa en un claro síntoma de la teología del dolor, en una muestra solidaria de no renunciar al sufrimiento, de asumir en su persona tragedias particulares de tantos seres humanos que permanecen fieles a los suyos hasta el último respiro. Era, al fin y al cabo, un catequista.

Benedicto es un teólogo, algo distinto aunque parezca semejante. Ratzinger evita el gesto traumático de los últimos años de Wojtyla y no quiere ser un enfermo que no puede gobernar a un mundo proteico en constante cambio y evolución, tal vez mucho más vertiginoso que apenas diez años atrás. Es un intelectual, no un soldado, y, a diferencia del polaco, no tiene la intención o la destreza suficiente de manejar las masas. Benedicto maneja la doctrina con el aplomo de una de las mejores cabezas de Europa, establece incomparables diálogos entre Fe y Razón y se muestra dispuesto a todo debate tolerante, en contra de la etiqueta que alegremente se le adjudicó cuando fue designado por el cónclave.

Parecía que la Iglesia hubiera elegido a ”Un pastor alemán”, como ocurrentemente tituló un periódico francés el día en que apareció en el balcón vestido de blanco. Ratzinger estaba llamado, según algunos, a establecer una nueva Inquisición en la que discernir quiénes debían quemarse en la hoguera y quiénes no: un integrista, en fin, que, a juicio de los mismos habría perecido a manos de los integristas de verdad. Qué disparate. Quienes así pensaban no le habían leído jamás y, por lo visto, no leyeron ninguno de sus libros ni de sus encíclicas posteriores, monumentales muestras de clarividencia espiritual y racional.

Juan Pablo, y vuelvo a lo anterior, entendió que su papel estaba en la Cruz porque, entre otras cosas, esa había sido su proclama papal y su experiencia vital, curtida en guerras, dictaduras y peleas con el poder temporal de sus coetáneos. Renunció al descanso final, al reposo merecido, a la decadencia silenciosa, al sufrimiento aliviado, todo ello en solidaridad con aquellos millones de fieles que le siguieron y le alentaron y que compartían los padecimientos del final del camino.

Benedicto ha renunciado a la Cruz mediante un ejercicio cerebral y sencillo acorde con su vida y que exige una misma dosis de valentía. Un hombre que ha denunciado sin descanso el relativismo al que el mundo viene sometido por las tendencias actuales al relajamiento moral, donde todo da igual, donde todo importa poco en función del abandono existencial, reconoce que no es el hombre adecuado para gobernar una Iglesia que precisa del vigor que no puede brindar un hombre de ochenta y cinco años. No quiere ser un estorbo en la procelosa maquinaria vaticana y no quiere dejar el gobierno de la Iglesia en manos transitorias de efectividad cuando menos mejorable.

El mismo valor que mostró Juan Pablo permaneciendo arriba lo ha mostrado Benedicto descendiendo en un momento en el que aún puede valerse por sí mismo para tomar decisiones y renuncias. Sabe que sus días acabaron. Cuando se destruya su anillo se habrá destruido su relación con el mundo. No volverá a aparecer, ni a predicar, ni a teorizar. No deberá hacerlo, en cualquier caso, más allá de su diálogo privado con Dios. Quien es todo pasará a ser un recuerdo de aquél todo, sin mayor relevancia que los testimonios escritos de su portentosa solvencia intelectual. Ha resultado ser un excepcional Pontífice y su ejemplo final viene a rubricar una vida también excepcional al servicio del mensaje de Cristo.

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Sorpresas de un Pontífice

PAZ FERNÁNDEZ CUETO

REFORMA

15-Feb-2013

El anuncio de la dimisión del Papa conmocionó al mundo entero. Fue un impacto para creyentes y no creyentes, sorprendidos ante lo inusual de la renuncia de un Pontífice a la Cátedra de San Pedro. Pese a la naturalidad y transparencia de las palabras con las que Benedicto manifestó una resolución tomada, “con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios”, no faltaron cuestionamientos y especulaciones sobre las causas que lo hubieran orillado a ello. Sin embargo, en sus mismas palabras es donde encontramos la respuesta, la explicación está a la vista, así de sencillo. Corresponde a la decisión del hombre prudente y sencillo, del filósofo de brillante inteligencia comprometido con la verdad, del teólogo de gran sensibilidad que nos acercó el evangelio de Jesucristo y por último, del pastor entregado sin reservas al cuidado de sus ovejas, estando al servicio de Iglesia Pueblo de Dios.

Benedicto es el Papa que no ha dejado de sorprendernos desde el día de su elección. Se trataba de un prelado de avanzada edad, de alguien que representaba la continuidad de uno de los más largos pontificados que ha habido en la historia de la Iglesia, el de Juan Pablo II, considerado en su momento como un Papa de transición.

Benedicto se nos revela ahora como el gran innovador que rompe esquemas y tabúes sobre algo que no había ocurrido en la Iglesia en la época moderna. Animado por la convicción de servir a la Iglesia, de la manera que necesita ser servida, abre una posibilidad acorde con las necesidades de los tiempos, la de renunciar al Pontificado al llegar a determinada edad, como ya está indicado en el caso de los obispos que tienen que renunciar al cumplir 75 años. En un mundo en plena transformación, sacudido por cuestiones de enorme importancia para la fe, es importante mantener el vigor y la lucidez necesaria, mismas que no corresponden muchas veces al alargamiento de la vida que ha logrado la medicina moderna. No es casual que el anuncio de su dimisión lo haya hecho precisamente un 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, día declarado por Juan Pablo II como el Día Mundial del Enfermo, en solidaridad con tantas personas enfermas o de la tercera edad que padecen soledad y sufrimiento.

Su renuncia no debería de sorprendernos al tratarse de un hombre sabio que acepta, sin más, las consecuencias de su precariedad. Para quien se manifestó desde un principio como un humilde siervo de la verdad, resulta fácil afrontar con valentía la verdad sobre sí mismo, reconocer que su vigor ha disminuido en los últimos meses, que ya no tiene fuerzas para sostener con firmeza el timón de la nave de Pedro. Este gesto, además de sensatez, requiere de virtudes heroicas como la humildad y un gran amor a la verdad. Decía Santa Teresa que la humildad es la verdad, y qué difícil aceptarla cuando se trata de reconocer en uno mismo limitaciones y debilidades propias de la enfermedad o de la vejez. La figura de Benedicto ha suscitado el respeto de la opinión pública, en contraste con algunos ejemplos emblemáticos de quienes se aferran a cargos políticos o cotos de poder, pese su incapacidad.

Como teólogo católico nos sorprendió desde sus inicios. “El panzer Cardinal, el teólogo de hierro”, comenta Isabelle de Gaulmyn en La Croix (11-02-2013), “supo encontrar las palabras justas, las del corazón”, sorprendiendo al mundo entero con su primera encíclica dedicada al amor, Deus Caritas est, Dios es amor. Sus aportaciones teológicas han enriquecido enormemente el acervo de la Iglesia, haciendo partícipes de este tesoro a “protestantes, ortodoxos, anglicanos y judíos…, que expresan su agradecimiento por el compromiso de Benedicto XVI con la reconciliación de las iglesias y el diálogo interreligioso”, destaca, entre otros comentaristas de la prensa extranjera, Martine de Sauto en un reportaje de La Croix (12-2-2013).

Benedicto como Pastor de la Iglesia Universal no abandona su rebaño ante el peligro. Dedicado en adelante a la oración y penitencia, en el año que ha promulgado de la fe, confía la dirección de la Iglesia a manos más fuertes y seguras con la libertad de quien se sabe de paso, con la certeza absoluta de que es Otro el dueño de la mies. Postura coherente de quien concibe su ministerio como un servicio, no como el ejercicio de un poder. Qué gran enseñanza nos deja Benedicto: con la plena libertad del espíritu, abierto a los cambios que exige la modernidad, es el siervo bueno y fiel que espera el momento de entrar en el gozo de su Señor.

paz@fernandezcueto.com

__________________________Final del formulario

16 Cartas a Benedicto 16

MARC ARGEMÍ

13 febrero 2013.

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1/16: sobre la cuenta atrás del Papa… y del blog [16 cartas a Benedicto 16]

 El primer motivo de agradecimiento: que haya regalado a la Iglesia estos preciosos años de servicio, tan fecundos en magisterio, en viajes, en gestos y en santidad

 Querido Benedicto XVI,

Con el día de hoy, 13 del 2 del 13, le quedan 16 días como Papa, después de que el lunes anunciara su renuncia al ministerio de sucesor de San Pedro. Este rincón de Internet ha procurado seguirle y explicarlo a quien quisiera conocer al anciano Papa alemán de primera mano. Quería poner al alcance del mayor número de personas la mejor selección de fuentes informativas, de links, para que pudieran hacerse cargo de quién es usted, de qué es lo que verdaderamente propone, y de qué es lo que quiere compartir con nosotros. Han sido casi tres años (B16 Links nació en abril de 2010) y no sé hasta qué punto se ha logrado el objetivo inicial. Sea como fuere, ahora, más de 600 publicaciones y 211.000 vistas después, este blog B16 también seguirá la cuenta atrás de 16 días.

La verdad, no sé cómo uno se puede despedir así, con tanta previsión, de quien ha sido el Padre común de todos los cristianos durante los últimos años, y uno de los referentes intelectuales de cristianos y no cristianos más importantes del último siglo. En términos periodísticos diríamos que no hay precedentes en la cobertura informativa de un evento de esta naturaleza.

Después de pensarlo bastante, he decidido romper el tono aséptico y estrictamente periodístico que ha ido llevando el blog desde su inicio, y cambiar el sentido de la comunicación. Si antes contaba cosas sobre Benedicto XVI a todo el mundo, ahora quisiera contarle, santo Padre, cosas que −en mi modesta opinión− el mundo debería agradecerle. Ésta será, pues, la primera de una serie de 16 cartas personales sobre lo que ha significado usted para quien escribe y −me atrevo a aventurar− para muchos de los lectores que han visitado este rincón de Internet.

Supongo que usted, santo Padre, no leerá estas cartas, pero quién sabe si en su futura vida de retiro y oración no tenga unos ratos de esparcimiento para contactarse con su iPad a través del Wi-Fi, y sonreír un poco con esta improvisada, pobre e imaginaria correspondencia.

[Y vosotros, seguidores del blog y ahora entrometidos lectores de estas cartas personales, podéis sugerir temas e ideas, motivos por los que tenemos que agradecer a Benedicto XVI todo el bien que ha hecho].

Recuerdo sus primeras palabras urbi et orbe, el 19 de abril de 2005: «Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!»

Después del gran Papa y amigo suyo Juan Pablo II, usted pensaba retirarse. E incluso cuatro años después, el 30 de mayo de 2009, le contaba a la pequeña Letizia, muchacha de la Obra Misional Pontificia, que «todavía hoy me cuesta comprender cómo el Señor pudo pensar en mí, destinándome a este ministerio». Y acto seguido, añadió: «Pero lo acepto de sus manos, aunque es algo sorprendente y me parece que supera con mucho mis fuerzas; sin embargo, el Señor me ayuda».

Aceptó. Y este es el primer motivo de agradecimiento: que haya regalado a la Iglesia estos preciosos años de servicio, tan fecundos en magisterio, en viajes, en gestos y en santidad.

Barcelona, 13 de febrero de 2013

Marc Argemí

2/16 cartas a Benedicto 16

14 febrero 2013. Marc Argemí

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2/16: “Dios que se ha fijado en mí”, una certeza en la que basar la vida [16 cartas a Benedicto 16]

 Gracias, Benedicto XVI, por señalarnos el fundamento sobre el que edificar una vida plena.

 Querido Benedicto XVI,

andaba preguntándome si su amigo periodista Peter Seewald estaba al corriente de sus planes de futuro antes de que usted los hiciera públicos. Seewald ha sido, podríamos decir, como su entrevistador de cabecera: antes de ser usted Papa, él lo entrevistó en 1996 para el libro La sal de la tierra, y para el imprescindible Dios y el mundo, en el año 2000. Luego vino Luz del mundo, una pequeña joya sobre su vida como sucesor de Pedro.

No sé si Seewald se acordará, pero ya en el primer libro usted, santo Padre, nos ayudaba a ir a lo esencial. Nos contaba que en el seno de la Iglesia es donde tiene certeza de lo que es fundamental en la vida: «Dios que se ha fijado en mí». Esta es, añadía, «una certeza en la que puedo basar mi vida, y con la que puedo vivir y morir».

Dios que se fija en uno. Dios todopoderoso que no ignora a sus criaturas. Dios que nos acoge como hijos. Años más tarde, ya Papa, le confiaba a su compatriota periodista sus pensamientos tras la elección: «intenté mantener la serenidad, confiando plenamente en que, ahora, Él me iba a conducir». Con esta fe empezó, y con un Año de la Fe nos despide.

La Fe, nos cuenta en el último mensaje de Cuaresma, es ”la primera respuesta” a este Dios que se ha fijado en mí: acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama”. De este modo, «el “sí” de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido». Esta amistad es dar ”espacio al amor de Dios”, y el amor es −decía en Deus Caritas Est«una luz −en el fondo la única− que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar».

Gracias, Benedicto XVI, por señalarnos el fundamento sobre el que edificar una vida plena. Rechazó buscar el sentido de su vida en sus siete doctorados honoris causa, en sus más de 600 artículos o en su centenar largo de libros. Tampoco buscó la fortaleza de la Iglesia en planes estratégicos a años vista, sino que se fijó en la fe. La «fuerza de la Iglesia, dijo en una ocasión, es la sabiduría verdadera de la fe sencilla». Es la tierra que absorbe las corrientes y no se deja arrastrar por los falsos dioses del presente −«los capitales anónimos que esclavizan al hombre», «las ideologías terroristas», «la droga» o también «la forma de vivir propagada por la opinión pública».

Gracias por ir a lo esencial

Barcelona, 14 de febrero de 2013

Marc Argemí

3/16 cartas a Benedicto XVI

15 febrero 2013. Marc Argemí

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3/16: Cómo hablar claro en medio de un ruido ensordecedor [16 cartas a Benedicto 16]

 Gracias, santo Padre, por ir de frente a los problemas

 Querido Benedicto XVI,

no me extrañaría que haya quien, habiendo leído la carta de ayer, piense que no estoy escribiendo al Papa, sino a otra persona. Que al Papa no se le conoce en la opinión pública por esas cosas tan bellas sobre la fe y la amistad con Jesús. Que este Papa ha tenido muchos otros temas de los que ocuparse.

Lo curioso del asunto es que son ciertas las dos cosas. Usted ha dejado dichas y escritas reflexiones y propuestas que tienen un enorme poder de atracción, pero también es cierto que el ruido mediático ha sido en muchas ocasiones ensordecedor; tantas veces han coincidido las dos cosas, que uno se llegaba a preguntar si esto segundo −la batalla de opinión pública− no tendría una relación directa con lo primero −los mensajes atractivos. A un Papa que habla tan claro, hay que evitar que se le oiga, y mucho menos que se le escuche. No lo sé, y en realidad tampoco tiene mucha importancia ni utilidad, más que para elaborar teorías conspirativas que suelen acabar alimentando inoperancias.

Usted no se ha quedado inoperante. Ha continuado trabajando y ha escuchado de la opinión pública aquello que pudiera ser útil para mejorar a la Iglesia y para mejorar el testimonio que se da de lo que se cree.

El caso paradigmático ha sido la gestión de la dolorosa crisis de la pederastia en la Iglesia. El tema fue ampliamente recogido en este blog: nadie duda que ha sabido escuchar el clamor de las víctimas, buscar la verdad y la justicia con caridad y poner los medios para prevenir. Pero esta labor de reacción −defensiva, ante escándalos destapados aquí y allá− no le ha detenido en su particular batalla para la renovación cultural del viejo continente, del que depende la renovación del mundo.

 Ha ido de frente ante las dos plagas del mundo de hoy: el materialismo económico y el relativismo ético. Ha señalado con claridad los tres retos a los que tienen que hacer frente los cristianos: “la búsqueda a menudo exasperada del bienestar económico, en una fase de grave crisis económica y financiera, el materialismo práctico y el subjetivismo dominante”. Y ha propuesto la alternativa de la fe: “la fe otorga a la vida una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta material, queda relativizado”.

Gracias, santo Padre, por ir de frente a los problemas.

Barcelona, 15 de febrero de 2013

Marc Argemí

4/16 cartas a Benedicto XVI

16 febrero 2013. Marc Argemí

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4/16: Un diccionario para un mundo relativista [16 cartas a Benedicto 16]

 Gracias, santo Padre, por ofrecernos un diccionario para un mundo relativista.

Querido Benedicto XVI,

le decía ayer que estábamos muy agradecidos por su labor yendo de frente ante los problemas. En el lenguaje popular, a esto se le llama poner el cascabel al gato, dicho que la Real Academia de la Lengua define como ”arrojarse a alguna acción peligrosa o muy difícil”. Usted, santo Padre, ha puesto cascabeles a muchos gatos que andaban por ahí. Y eso, a pesar de que es conocida su afición a los gatos. De hecho, en 2007 Edizioni Messaggero di Padova publicó el libro Joseph y Chico. La vida del Papa Benedicto XVI contada por un gato de la periodista Jeanne Perego con ilustraciones de Donata Dal Molin Casagrande. Cuando le entregaron un ejemplar, usted comentó: «De joven me hubiera gustado escribir una historia de gatos, pero ahora son los gatos los que escriben mi historia».

El cascabel y los gatos. El gato no se deja siempre poner el cascabel, y pocos son los ratoncitos de la historia que osan acercarse a la peligrosa bestia. Usted, santo Padre, se ha acercado a muchas bestias, a muchas ideas con gran efecto nocivo, y les ha puesto el cascabel, ese artilugio que con su ruido avisa de un peligro.

Hay quien prefiere vivir en el engaño y pasar por la vida ignorando que el mal existe. Por eso le han criticado muchas veces como si fuera ave de mal agüero, portador de calamidades. En realidad, siempre ha sido muy positivo, pero no ha sido un vendehumos ni un maestro de autoayuda al uso. Al pan pan, y al vino vino. Si algo está mal, se dice, aunque pueda picar.

Recuerdo el súmum del escándalo farisaico, cuando en el vuelo que le llevaba a África, en 2009, puso en cuestión el dogma políticamente correcto sobre el SIDA y el preservativo. Tema que dio para una larga aclaración posterior en el libro de Peter Seewald.

El 18/4/05, en la Misa previa a la elección del Papa, cuando era sólo cardenal avisaba: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio ‘yo’ y sus antojos». Ahora se confirma como una de las principales tareas de Benedicto XVI la labor de clarificación semántica en un mundo con gran ambigüedad de conceptos. Para resolver el actual “problema de lenguaje”, usted se propuso dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad. De esta manera, ha ido completando un diccionario de conceptos disponibles a quien quiera usarlos para navegar en estas aguas posmodernas.

Conceptos, entre muchos otros, como Adoración, Amistad, Amor, Belleza, Bien común, Cielo, Confesión, Cruz, Descanso,Diálogo, Educación, Esperanza, Familia, Hijos, Iglesia, Infierno, Justicia, Laicidad, Ley natural, Matrimonio, Miedo, Muerte,Naturaleza, Noviazgo, Odio, Oración, Paz, Pobres, Política, Prudencia, Pureza, Razón, Trabajo o Vida.

Gracias, santo Padre, por ofrecernos un diccionario para un mundo relativista.

Barcelona, 16 de febrero de 2013

Marc Argemí

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FRANCISCO TUDELA

Ha sido vicepresidente y ministro de relaciones Exteriores del Perú.

Es comentarista de política internacional.

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RENUNCIA DEL ROMANO PONTÍFICE

“DICCIONARIO GENERAL DE DERECHO CANÓNICO”, de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra.

SUMARIO: 1. Los precedentes históricos. 2. La posibilidad de la renuncia y sus causas. 3. El carácter constitutivo de la renuncia. 4. La libertad de la renuncia. 5. Manifestación de la renuncia. 6. Irrevocabilidad de la renuncia.

La renuncia del Romano Pontífice, llamada también abdicación o dimisión, consiste en el abandono voluntario del oficio primacial por el Papa. Dado el carácter específico de la misión del Sucesor de Pedro, no le son aplicables todas las causas jurídicas de la pérdida del oficio eclesiástico (cf. cc. 184-196). Aparte del fallecimiento del Papa que conste con certeza y que se considera un modo ordinario de la cesación del Romano Pontífice en su oficio, que por su evidencia no viene explícitamente contemplado en el CIC (en cambio sí en la Const. ap. Universi Dominici gregis, de Juan Pablo II, 22.II.1996, AAS 88 [1996] 305-343), la renuncia, reconocida como un mecanismo extraordinario del cese de la titularidad del oficio primacial, es tratada en la legislación canónica como una causa paralela e idéntica en cuanto a las consecuencias jurídicas de producirse la vacante de la Sede Apostólica. La UDG en el n. 77 concreta el sentido de la sede vacante y establece de manera general que todas las disposiciones relativas al gobierno interino de la Iglesia y a la elección del Papa han de observarse también en el caso de la renuncia del Romano Pontífice.

La doctrina, pero no la legislación canónica, considera también otros modos de la cesación en el papado: la pérdida cierta e incurable del uso de la razón y el caso hipotético del incurrimiento del Obispo de Roma en herejía notoria, apostasía o cisma.

1. Los precedentes históricos En la historia de la Iglesia se indican algunos casos en las que los Sumos Pontífices renunciaron a su cargo. Algunos de estos acontecimientos son sólo legendarios, otras dimisiones eran en mayor o menor medida forzadas y por esta razón no siempre pueden calificarse como renuncias, sino más bien como deposiciones o destituciones del oficio supremo. La más conocida e incuestionable fue la abdicación de san Celestino V (1294), que suscitó después fuertes discusiones doctrinales sobre si la renuncia del Obispo de Roma es posible. Estas polémicas se dieron también por los oponentes de la elección de Bonifacio VIII, que intentaban poner en duda la validez del cónclave en el que fue elegido este sucesor de Celestino V. Algunos canonistas, invocando los principios «Sancta Sedes a nemine iudicatur» y «nemo iudex in causa sua», sostenían que el Papa no podía juzgarse a sí mismo y tampoco podía dimitir porque no tenía superior que pudiera aceptar la renuncia. Otro argumento que se aducía en contra era la existencia del lazo espiritual indisoluble contraído entre cada Pontífice y la Sede Romana, a semejanza del vínculo matrimonial. El mismo Bonifacio VIII mediante una decretal (c. 1, de renuntiatione, I, 7, in VI) puso fin a esta discusión doctrinal y confirmó la legitimidad de la renuncia papal con tal de que esta se hiciera libremente. Este responsum, en cuanto normativa canónica, se hizo fuente del c. 221 del CIC de 1917, y esta prescripción sucesivamente pasó a convertirse en el actual c. 332 § 2: «Si aconteciere que el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie».

2. La posibilidad de la renuncia y sus causas El c. 332§2en primer lugar –haciéndose eco de la discusión medieval– indica claramente que el Romano Pontífice puede dimitir. Del mismo modo que el Papa es elegido por los cardenales y consiente libremente en esta elección, también puede retirar su consentimiento sobre la permanencia en el oficio supremo. No obstante, por la expresión usada en el texto del canon («si contingat ut […] renunciet»), no se formula de modo positivo el derecho de renunciar legítimamente, como decretó Bonifacio VIII («Romanum Pontificem posse libere resignare»), sino más bien viene indicado el carácter excepcional y extraordinario de la decisión de dimitir.

Consecuentemente, según la opinión de los canonistas, la causa de la renuncia del Papa debe ser proporcionada a la importancia del oficio, y por eso –en el caso del Obispo de Roma– gravísima, aunque queda a la libre valoración y a la conciencia del Sumo Pontífice. Para la validez de la dimisión no se requiere ninguna causa concreta, pero en la doctrina se indican genéricamente: la necesidad o utilidad de la Iglesia universal y la salvación del alma del Papa mismo. En la historia se enumeraban también algunas circunstancias concretas: irregularidad canónica, pública conciencia de un delito cometido, el odium plebis que no se podía corregir o tolerar, el deseo de evitar el escándalo, la falta de discreción de juicio, enfermedad, vejez, inhabilidad para ejercer su misión, deseo de llevar la vida religiosa o eremítica. Al Romano Pontífice no se refiere formalmente la invitación a presentar la renuncia por edad avanzada (considerada como 75 años cumplidos) o por otros motivos (cf. c. 401 §§ 1 y 2). La renuncia sin causa legítima o con causa leve sería ilícita y moralmente culpable, pero válida, ya que es suficiente sólo la libre voluntad del Obispo de Roma de cesar en su cargo. Tampoco la manifestación expresa del motivo es condición de validez de la renuncia.

3. El carácter constitutivo de la renuncia La abdicación papal es un ejemplo clásico de la renuncia constitutiva, o sea aquella que produce su efecto inmediatamente, en virtud de la misma presentación de la renuncia, sin exigirse que esta sea aceptada por alguien. La razón por la cual el ordenamiento canónico excluye la aceptación de la dimisión del Papa por cualquier instancia es el rango supremo de este cargo en la Iglesia: no hay instancia superior que pudiera aceptar la renuncia. Es también una consecuencia del principio «Romanus Pontifex a nemine iudicatur» (cf c. 1404). La falta de obligación de la aceptación de la renuncia es propia de los oficios obtenidos a través de la elección constitutiva (cf cc. 189 § 3; 430 § 2) y precisamente este carácter tiene la elección del Romano Pontífice (cf c. 332 § 1). Ante todo, no están legitimados para aceptar la dimisión del Papa los cardenales electores (aunque sean ellos quienes lo elijan) –se decía explícitamente en el c. 221 del CIC de 1917– ni el concilio ecuménico.

4. La libertad de la renuncia Los requisitos de validez de la renuncia del Sumo Pontífice expresamente indicados en el

c. 332 § 2 son dos: debe hacerse libremente («libere fiat») y ha de ser debidamente manifestada («rite manifestetur»). En cuanto a la libertad de la dimisión, los comentadores remiten al c. 187 del CIC, que para la validez de la renuncia exige que esta sea efectuada por quien se halla en su sano juicio («sui compos»), y al c. 188, que recoge las circunstancias que hacen inválida cualquier renuncia al oficio eclesiástico: el miedo entendido como amenaza externa y humana, que sólo puede evitarse cesando en el oficio supremo (en el caso del Romano Pontífice no puede limitarse al miedo injustamente provocado); el error substancial que consiste en el juicio equivocado sobre algún elemento esencial de la renuncia; el dolo, o sea, el engaño producido para causar la renuncia (por ejemplo, falseando el diagnóstico médico del Papa para incitarle a la dimisión) y la simonía. A estos cuatro factores causantes la nulidad hay que añadir la violencia física (vale para cada acto jurídico, cf c. 125 § 1). Algunos canonistas incluyen también la enfermedad psíquica –excluidos los intervalla lucida–; otros, no obstante, prefieren calificar esta situación como causa autónoma del cese del Papa en su oficio,

o bien como una circunstancia que provoca la imposibilidad de ejercer la función primacial y en consecuencia produce el estado de sede impedida, caso en el que el c. 335 remite a las leyes especiales. En su decisión de dimitir, que es un acto personal suyo y por eso no delegable, el Papa no tiene obligación de seguir ejemplo ni es condicionado por ninguna indicación de sus antecesores, ni siquiera tiene que observar una ley especial al respecto, si esta hubiera sido eventualmente promulgada por algún predecesor suyo.

Sería una cosa extremamente delicada, ardua y de consecuencias muy peligrosas para la Iglesia abrir post factum discusiones y poner en tela de juicio la validez de la renuncia del Papa, dada su situación canónica tras la dimisión (pérdida total de la potestad primacial), si ocurrieran algunas circunstancias que pudieran influir en la validez de este acto. La misma advertencia se refiere también al modo de presentar la eventual dimisión, que debe realizarse de manera inequívoca y segura para disipar cualquier duda.

5. Manifestación de la renuncia El c. 332 § 2 exige que la renuncia del Romano Pontífice sea formalmente manifestada. No parece, como opinan algunos, que sea requerida una ley especial que regule la dimisión. No está prevista (de modo diferente que en el c. 189 § 1 para los demás oficios) ninguna forma determinada de la renuncia del Papa. Basta que sea legítimamente manifestada. El Romano Pontífice es libre para precisar cómo dar a conocer su decisión a la Iglesia. Puede hacerlo por escrito o de palabra, a través de los medios de comunicación o de viva voz, ante el colegio cardenalicio, como hizo Celestino V, o en presencia de cualquier otra persona. No obstante, en orden a la certeza y seguridad jurídicas, la voluntad de renunciar ha de ser manifestada de tal modo que haya constancia clara y unívoca de la misma, siempre posible de probar de manera que permita excluir cualquier duda. Obviamente, una renuncia dudosa e incierta sería causa de graves inconvenientes para la Iglesia. Esta misma razón hace razonable que sea el Papa mismo quien manifieste personalmente su decisión, sin mediar ningún plenipotenciario (en cambio, la renuncia de otros oficios puede hacerse por procurador).

El carácter universal del oficio primacial requiere que la eventual dimisión del Sumo Pontífice tenga carácter público, de tal manera que llegue de modo inequívoco y seguro a toda la Iglesia. Tanto más cuanto que no se prevé ningún destinatario concreto de este acto, que pudiera simplemente recibir la renuncia (no en sentido de poder aceptarla o rechazarla) y comprobarla oficialmente, dando con esto inicio formal a la vacante de la Sede Apostólica, de modo análogo a como ocurre en la muerte del Obispo Romano. En todo caso, parece lógico que la noticia de la renuncia del Papa llegue en primer lugar a los cardenales, ya que son ellos quienes han de proceder a la elección de su sucesor.

Particular dificultad podría comportar una renuncia presentada de modo complejo, con su eficacia aplazada en el tiempo, cuando el Papa condicionara su dimisión al concurrir algún hecho, cuya verificación se dejaría a unas personas determinadas o al colegio cardenalicio. Por ejemplo a Juan Pablo II se atribuye un escrito de renuncia, en el cual manifiesta su voluntad de dimitir en caso de enfermedad larga que se presumiese incurable y que le impidiera un suficiente ejercicio de su ministerio apostólico (cf S. ODER-S. GAETA, Perché è santo. Il vero Giovanni Paolo II raccontato dal postulatore della causa di beatificazione, Milano 2010, 130). En tal caso, a los cardenales indicados por el Papa competería comprobar si se verifica alguna de las circunstancias mencionadas. Hay que señalar en este contexto algunas dudas y dificultades que surgen con relación a este modo de presentar la dimisión. Una primera es la sutil diferencia, que en la práctica no siempre puede resultar tan clara y nítida, entre la mera verificación de circunstancias que harían efectiva la renuncia y la decisión sustancial al respecto, cuando la renuncia del Papa fuera verdaderamente subordinada a la decisión de otro sujeto, que en efecto podría llegar a ser una disimulada depositio. Otra segunda complicación es la imposibilidad de que el Papa retire su decisión de resignar, si el estado de salud le impidiera tomar decisiones, y en este caso podría cuestionarse la libertad de la renuncia requerida para la validez de este acto. Lo mismo podría objetarse si el Papa condicionara su dimisión al cumplimiento de una determinada edad y antes de llegar a ella hubiera caído en enfermedad mental, de tal modo que ya no hubiera podido revocar su renuncia antes de que esta hubiese quedado operativa.

6. Irrevocabilidad de la renuncia Con la renuncia libre y debidamente manifestada, el Romano Pontífice pierde todo su poder primacial. Una vez realizada la dimisión, el Papa no puede posteriormente revocarla, pues ya ni tiene potestad de hacer este acto, ni puede recuperar la jurisdicción que tenía en cuanto Obispo de Roma y que ha perdido en el momento de presentar su renuncia. La Sede Apostólica ha quedado ipso facto vacante y el único modo válido de provisión es la elección del nuevo Romano Pontífice. Por esa misma razón no vale una renuncia del Papa bajo condición, por ejemplo hecha en favor a otro o reservándose algunas competencias por el que dimite. Del mismo modo, carece de eficacia jurídica cualquier mandato, disposición, condicionamiento, simple recomendación o deseo del Pontífice dimitido respecto al futuro cónclave o para con el próximo Papa. No obstante, en la doctrina canonística se ha discutido la posibilidad de que el Romano Pontífice pueda designar su sucesor, admitiendo algunos autores tal eventualidad. Pero no sería posible este sistema sin cambiar la regulación actual de la elección del Obispo de Roma.

¿Cuál sería la posición canónica del Romano Pontífice dimitido en la Iglesia? ¿Sería solamente un episcopus consecratus más? Parece que nada obsta que al «Papa emérito» puedan aplicarse, guardando las debidas proporciones, algunas de las indicaciones de carácter teológico del documento del la Cong Episc, Il vescovo emerito, del 2008, sobre todo en cuanto a la participación en la corresponsabilidad en la Iglesia. El Código nada dice sobre si el Papa que renunció a su oficio conserva la dignidad cardenalicia. Los autores no ofrecen respuestas concordes al respecto. Si se admitiese que el Obispo Romano tras su dimisión sigue siendo cardenal (teniendo en cuenta que se trata de una dignidad y no de un oficio), podría participar en la elección de su sucesor, con tal de que no haya superado los 80 años. Independientemente de esto, el Papa dimitido conserva la voz pasiva y –por lo menos en teoría– podría volver a ser elegido para la Sede de San Pedro.

Bibliografía G. BIER, sub c. 332, en MK, II, Essen 2008, nn. 10-11; P. G. CARON, La rinuncia all’ufficio ecclesiastico nella storia del diritto canonico dalla età apostolica alla Riforma cattolica, Milano 1946; P. GRANFIELD,Papal resignation, The Jurist 38 (1978) 118-131; M. GRAULICH, Die Vakanz des Apostolischen Stuhls und die Wahl des Bischofs von Rom

– Zwei Rechtsinstitute in der Entwicklung, Archiv für katholisches Kirchenrechts 174 (2005) 75-95; J. MANZANARES, Romano Pontefice e la collegialità dei vescovi, en Il Codice del Vaticano II. Collegialità e primato. La suprema autorità della Chiesa, Bologna 1993, 21-68; D. SALVATORI, La cessazione dell’ufficio del Romano Pontefice, Quaderni di diritto ecclesiale 22 (2009) 275-282.

Piotr MAJER

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[1] Buena parte de estos artículos aparecen en www.almudi.org