Tomado de: Familia Actual.
Muchas chicas adolescentes, algunas de apenas 11 años, compiten entre sí por ser la más sexy. La pasarela utilizada es, una vez más, el móvil y las redes sociales. La chica en cuestión (aunque también lo hacen ellos), que quiere ser la más deseada de su grupo, se hace a sí misma una foto provocativa (The teenage selfie) y la cuelga en el Facebook o la envía por mensajería instantánea a sus amigos, generalmente chicos, los cuales actúan como un auténtico jurado.
El veredicto no tarda en llegar en forma de “me gusta” u otros comentarios más directos de carácter sexual, que ponen nota al “nivel de popularidad” de la chica que se exhibe. No se trata, por tanto, de una forma de narcisismo adolescente, sino, más que eso, de un concurso de “sexylidad”, lo podríamos llamar, en el que la autofotografiada se juega un dudoso reconocimiento social.
Lo que lleva a una chica a participar en este certamen es una lógica equivocada pero que la tiene muy asumida: “los chicos se fijan en las chicas más sexys, si yo no lo soy más que mis amigas, no se fijarán en mí, y, si no se fijan en mí, estoy perdida”.
Para desmontar este argumento no sirve de mucho atacar a los medios, es decir, a las autofotos, al uso de los móviles y de las redes sociales, porque, si persisten las premisas, las conclusiones serán las mismas con diferentes formas y expresiones. Lo que hay que preguntarse es por qué “las niñas –como cantaba Sabina– ya no quieren ser princesas”, sino sexys.
La respuesta la podemos encontrar en la educación sexual que están recibiendo nuestros hijos por parte de los medios de comunicación. El paradigma de sexualidad de que disponen viene, con demasiada frecuencia, de la mano de la pornografía. Para muchos chicos el prototipo sexual no es otro que las “porn star” que aparecen en sus pantallas, y buscan ese modelo en las chicas más sexys.
Ellas, por su parte, quizá de manera inocente, entran al trapo y compiten para ser el mejor reclamo posible, quieren ser las más sexys porque creen que, de otra forma, quedarán relegadas al montón de las mojigatas, donde la posibilidad de éxito se desvanece. ¿De qué me sirve, piensa una chica desde esta lógica, ser guapa, simpática, amable, divertida, inteligente, graciosa, sencilla, honesta, etc… si no soy sexy, si no muestro esa parte que interesa a los chicos?
Así las cosas, el remedio hay que buscarlo donde se perdió: en una educación familiar (y por eso, integral) de la sexualidad, única manera de desmontar una premisa que se ha instalado con fuerza en las mentes de nuestros adolescentes y que está generando la proliferación de pequeñas e inocentes porn stars. La carrera por ser la más sexy del grupo convierte a esas chicas en estrellas fugaces que brillan mientras arde una intimidad que se pierde al arder.
Tomado de: Familia Actual.
Muchas chicas adolescentes, algunas de apenas 11 años, compiten entre sí por ser la más sexy. La pasarela utilizada es, una vez más, el móvil y las redes sociales. La chica en cuestión (aunque también lo hacen ellos), que quiere ser la más deseada de su grupo, se hace a sí misma una foto provocativa (The teenage selfie) y la cuelga en el Facebook o la envía por mensajería instantánea a sus amigos, generalmente chicos, los cuales actúan como un auténtico jurado.
El veredicto no tarda en llegar en forma de “me gusta” u otros comentarios más directos de carácter sexual, que ponen nota al “nivel de popularidad” de la chica que se exhibe. No se trata, por tanto, de una forma de narcisismo adolescente, sino, más que eso, de un concurso de “sexylidad”, lo podríamos llamar, en el que la autofotografiada se juega un dudoso reconocimiento social.
Lo que lleva a una chica a participar en este certamen es una lógica equivocada pero que la tiene muy asumida: “los chicos se fijan en las chicas más sexys, si yo no lo soy más que mis amigas, no se fijarán en mí, y, si no se fijan en mí, estoy perdida”.
Para desmontar este argumento no sirve de mucho atacar a los medios, es decir, a las autofotos, al uso de los móviles y de las redes sociales, porque, si persisten las premisas, las conclusiones serán las mismas con diferentes formas y expresiones. Lo que hay que preguntarse es por qué “las niñas –como cantaba Sabina– ya no quieren ser princesas”, sino sexys.
La respuesta la podemos encontrar en la educación sexual que están recibiendo nuestros hijos por parte de los medios de comunicación. El paradigma de sexualidad de que disponen viene, con demasiada frecuencia, de la mano de la pornografía. Para muchos chicos el prototipo sexual no es otro que las “porn star” que aparecen en sus pantallas, y buscan ese modelo en las chicas más sexys.
Ellas, por su parte, quizá de manera inocente, entran al trapo y compiten para ser el mejor reclamo posible, quieren ser las más sexys porque creen que, de otra forma, quedarán relegadas al montón de las mojigatas, donde la posibilidad de éxito se desvanece. ¿De qué me sirve, piensa una chica desde esta lógica, ser guapa, simpática, amable, divertida, inteligente, graciosa, sencilla, honesta, etc… si no soy sexy, si no muestro esa parte que interesa a los chicos?
Así las cosas, el remedio hay que buscarlo donde se perdió: en una educación familiar (y por eso, integral) de la sexualidad, única manera de desmontar una premisa que se ha instalado con fuerza en las mentes de nuestros adolescentes y que está generando la proliferación de pequeñas e inocentes porn stars. La carrera por ser la más sexy del grupo convierte a esas chicas en estrellas fugaces que brillan mientras arde una intimidad que se pierde al arder.